Categoría: Historia

Por: SAMUEL GARCIA GARCIA / Fecha: octubre 6, 2025

Mártir, aquel creyente que derrama su sangre como oblación por la verdad del Evangelio.

San Agustín Caloca Cortés, 1927. Presunta fotografía de Tomasz Wachowski.

ACTO 1 | LOS MÁRTIRES CATÓLICOS.

Apegándose a la traducción más cercana de la palabra «mártir», podemos ver algunos ejemplos de sus derivados vistos en entradas del «Nuevo Testamento», tales como «martur, martureo o marturomenos»; mismos que significan o intentan expresar la aparición de un «testigo». Desde una vista histórica y tradicional, el significado de la palabra ha sido forjado por las comunidades cristianas a lo largo del tiempo, siempre vinculado a la confrontación de la fe con los poderes del estado, la economía y la sociedad. El ejemplo más claro de esto se encuentra en lo visto por los testimonios que rodean a Jesús de Nazaret y su crucifixión; visto por Roma como un agente turbulento del status quo que iba contra las creencias sociales y un peligro para la estabilidad económica y política. Este concepto de mártir, fue expandiéndose a medida que fueron apareciendo las primeras persecuciones contra las comunidades cristianas por parte del imperio romano. Los mártires se caracterizaban por la defensa y el testimonio explícito de la fe cristiana en la afirmación de ser Jesucristo el hijo de Dios, y no fue con el pasar del tiempo, que el concepto se transformaría por completo tras pasar el cristianismo de una práctica marginar o clandestina, a la religión oficial.

Es en este contexto que la idea del mártir cristiano surge hacia el año 155 d.C, redactado en el «Martyrium Policarpo», un texto en forma de epístola que narra precisamente el martirio del obispo Policarpo de Esmirna, cuya muerte a semejanza de Cristo construyó un paradigma de la fe cristiana y su devoción absoluta. A partir de este momento, la tradición une los conceptos de testigo ligados a las de mártir, con el de ofrendar la vida por la fe, creando el significado popular de ser un «mártir, aquel creyente que derrama su sangre como oblación por la verdad del Evangelio».

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ACTO 2 | LA DEVOCIÓN POR LA FE.

Nacido en San Juan Bautista de Teúl, Zacatecas, en 1898, San Agustín Caloca Cortés fue uno de los alumnos de origen campesino que se benefició del seminario de Totatiche, fundado por el Padre Cristóbal Magallanes. Allí estudio latín y filosofía, luego pasó al seminario mayor de Guadalajara, sin saber que Teúl se convertiría tiempo después en el famoso lugar donde ocurren los eventos de la «Cristiada» por ser un sitio de frecuentes levantamientos cristeros y aguerrido baluarte del Estado que continuamente azotaba con violencia y poder a las iglesias y conventos. Poco después de llegar la revolución carrancista, cerrando el seminario y dispersando a sus alumnos, el Padre Cristóbal Magallanes abrió el seminario de Totatiche, al cual un joven Agustín decidió ir. Fue ordenado sacerdote por el arzobispo don Francisco Orozco y Jiménez el 5 de agosto de 1923 en la catedral de Guadalajara. El Padre Magallanes lo pidió al arzobispo para dirigir su pequeño seminario y ser su compañero en la parroquia de Totatiche; allí permaneció durante tres años y diez meses hasta el día de su martirio.

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Cristóbal Magallanes Jara, 1927. Presunta fotografía de Tomasz Wachowski.

ACTO 3 | EL RELATO FANTÁSTICO.

El relato fantástico que rodea a San Agustín Caloca Cortés está rodeado de varias discrepancias respecto a lo dicho por él y su compañero, el Padre Magallanes, pero la más popular es la siguiente:

Tras la suspensión del culto en 1923 y la persecución que vivía la pequeña comunidad del seminario de Totatiche, Agustín tuvo que escapar. Se refugió con doce seminaristas en el rancho de Cocoasco en la parroquia de Chimaltitán, en Jalisco. Vivieron allí durante cuatro meses hasta que bajó a Totatiche para reunirse con el Padre Magallanes y los demás seminaristas que se habían quedado. Una calma se instauró en la ciudad, pero hacia las diez de la mañana del día 21 de mayo, corrió la noticia de la llegada de la federación. El Padre Agustín enseguida recogió los libros y textos usados durante la clase, y ordenó la dispersión de los seminaristas en las casas del vecindario, saliendo por último él y acompañado de un joven seminarista llamado Rafael Haro Llamas.

Se dirigieron al rancho de Santa María. Rafael recuerda vívidamente las palabras del padre, quien dijo al cielo: «Jesús, víctima inocente, quiere víctimas voluntarias para que se dé gloria a Dios y se pague por tantos sacrilegios y tanta maldad… Ojalá nos toque a nosotros». Una incertidumbre rodeó a Rafael, y poco después el Padre le dijo: «Es natural que se sienta miedo, pero si Jesús sufrió angustia, tristeza y pavor en el huerto, Él sabe infundir ciertamente alegría y valor para morir por Él… No te preocupes, a ti no te pasará nada. Baja, busca alguna piedra para que escondas los libros, pues no conviene que nos encuentren con ellos». Revitalizado con aquellas serenas palabras, Rafael se fue a esconderlos al mismo tiempo que llegaban los soldados que dieron con Agustín Caloca y lo hacían prisionero.

En su relato, Rafael concluye con lo siguiente:

«Me dijo que lo esperara, que en seguida saldríamos él y yo; me correspondía acompañarlo, tanto en mi calidad de seminarista, alumno entonces del cuarto año, como estar hospedado en su casa…».

«Recuerdo como me calmaron sus palabras, y pienso que la protección que me alcanzó de Dios tuvo que provenir de él, ya que, ¿por qué si íbamos los dos por el mismo camino, la tropa de soldados sólo lo vio a él?»

Aquel mismo día, dos horas después, apresaron al Padre Magallanes. Lo llevaron a Totatiche, a la prisión donde ya se encontraba preso su discípulo, el Padre Agustín, y otros cuatro cristeros. Durante esos días un militar, viendo lo joven que era, le ofreció la libertad, pero Agustín rechazó la oferta, pues solo lo aceptaría si liberaran también al Padre Magallanes. Los vecinos de Totatiche intentaron rescatarlos implorando su liberación al general federal Francisco Goñi, señalando las obras buenas que los sacerdotes habían realizado en la comunidad. El general les juró que los enviaría a la Ciudad de México, donde estarían prisioneros, pero a salvo. Sin embargo, el día 23 de mayo, a media mañana, el general los mandó al pabellón de la muerte. Llegaron cabalgando hasta Momax, en Zacatecas, y de ahí pasaron a Colotlán, en Jalisco. El miércoles 25 de mayo, volvieron a marchar hacia su lugar de fusilamiento.

Estatua de San Agustín Caloca Cortes, en Teúl. Fotografía perteneciente a la colección «Calzada de los Mártires» en DeviantArt.

Cuando el pelotón de soldados se disponía a disparar, Agustín hizo el ademán de cubrirse el rostro para esquivar las balas. Entonces un oficial lo golpeó con la culata del arma, y viendo a su discípulo temeroso de su muerte, el Padre Magallanes le dijo: «Tranquilízate, Padre, Dios necesita mártires; un momento y estaremos en el cielo»; cargado de valor, el joven se dirigió a sus captores y dijo: «Nosotros por Dios vivimos y en Él moriremos». El presidente municipal de Colotlán envió al Gobernador del Estado el siguiente mensaje:

«Para conocimiento de esa Superioridad, tengo la honra de informar que en el interior del palacio municipal de esta ciudad, fueron pasados por las armas, hoy, dos sacerdotes católicos, llamados Cristóbal Magallanes y Agustín Caloca Cortés, por las fuerzas federales del teniente Enrique Medina».

El 23 de agosto de 1933, al trasladar los restos de los dos mártires de Cocotlán a Totatiche, desde donde estaban enterrados en pozos poco profundos rodeados de agua, se encontró que el corazón del Padre Caloca estaba incorrupto.

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ACTO 4 | SU CANONIZACIÓN.

San Agustín Caloca Cortés y San Cristóbal Magallanes, forman parte del grupo de 25 mártires mexicanos —22 sacerdotes y 3 laicos— martirizados entre los años 1915 y 1937 durante la persecución religiosa de la Revolución Mexicana y la Cristiada, que san Juan Pablo II declaró santos el 21 de mayo del 2000. A San Agustín Caloca Cortés lo fusilaron por lo que era: un sacerdote católico, mismo que fue apresado y fusilado junto a su compañero. Ambos se convirtieron en mártires que representan la fortaleza de la fe cristiana, los lazos entre maestro y discípulo, y la templanza y serenidad frente a las adversidades y el martirio.

—BIBLIOGRAFÍA—

  1. González Fernández, Fidel. CALOCA CORTÉS, San Agustín. Pontificium Consilium de Cultura. https://dhial.org/diccionario/index.php/CALOCA_CORTÉS,_San_Agustín#cite_note-1 (consultada el 16 de julio del 2025)
  2. González, Fidel. 2008. Sangre y corazón de un pueblo: historia de la persecución anticatólica en México y sus mártires, Volumen 1. México: Arzobispado de Guadalajara.
  3. Mendoza Gutiérrez, Víctor Manuel. 2010. Relevancia del concepto “Mártir” según el pensamiento de Jon Sobrino. Tesis de licenciatura. Universidad Bíblica Latinoamericana.