┉┅━━━━━━━━━━━┅┉

ACTO 1 | LA HISTORIA DE LOS SANTOS.
Una característica que destaca en las obras realizadas de la Edad Media, es la combinación de la fantasía con la realidad. Constituida por un entorno religioso y «heroico», las creaciones de los eruditos estaban destinados a la creación de un «personaje único», de los «grandes hombres» y sus hazañas. En ese contexto, la hagiografía presenta su origen vinculado con aquellos testimonios heroicos de la fe, de los mártires y de los hombres milagrosos.
Durante la Edad Media, la palabra «Hagiographus» —hagiógrafo— era poco frecuente, y sería San Isidoro de Sevilla quien la usaría para referirse a los autores de libros bíblicos. Es en 1765, con la aparición del VIII tomo de la «Enciclopedia Católica», cuando la palabra se define como el autor que trabaja sobre la vida y acción de los santos. Es gracias a este recurso, que la historiografía católica puede reconstruir la memoria histórica de un santo y otorgar una perspectiva del mundo en el que fue concebido su relato, partiendo, claro, de crear una división entre el relato y la realidad.
La hagiografía medieval comparte algunas características de la crónica histórica, en donde los eventos «prodigiosos o heroicos» son posibles. Esto es debido a la influencia de los géneros narrativos populares de la época: las historias de caballería, la poesía épica y las obras religiosas. Dentro de esta última, se destacan elementos como la lucha entre el bien y el mal; la creación de un modelo de comportamiento; el uso de situaciones heroicas o imposibles; y la creación de un hombre único, de la historia singular e inamovible. Y, por supuesto, la creación o búsqueda de una fama.
┉┅━━━━━━━━━━━┅┉
ACTO 2 | REALMENTE, ¿QUÉ ES UN SANTO?
Se puede pensar que la palabra «Santo» del castellano, y «Sanctus» del latín medieval, son iguales, pero esto es incorrecto. El latín clásico se encuentra repleto de palabras cuyos significados cambiaron debido a la simbiosis entre Roma y el cristianismo. Sanctus, tiene como descripción sancionar aquello que tiene un carácter inviolable o sacro, alguien con poder. Mientras tanto, en la actualidad, un santo es un hombre o mujer que tras su fallecimiento, ha sido canonizado por la Iglesia Católica o el pueblo, en reconocimiento de una vida ejemplar, por su fe heroica, o sus milagros. Son, esencialmente, modelos a seguir para el cristianismo y sus fieles; sus vidas, lejos de ser una memoria histórica, tienen la tarea de alentar al pueblo a una práctica ideal del Evangelio.
Parecido a los textos medievales, las historias siguen una secuencia cronológica: nacimiento, familia, niñez y educación católica; después siguen sus virtudes, modelos de comportamiento como la castidad de la fe, la esperanza, la fortaleza, etc.; siguen sus hechos prodigiosos, los milagros; finalmente, se concluye con su muerte que, en la mayoría de ocasiones, son fallecimientos dolorosos acompañados de una paz final relacionada con un milagro y la presencia de testigos. Los casos más famosos son los llamados «Mártires Católicos».
┉┅━━━━━━━━━━━┅┉

ACTO 3 | LA HAGIOGRAFÍA EN LA CULTURA POPULAR.
El origen de la canonización y su eventual veneración por parte del pueblo, reside en la popularidad que dichas históricas tengan y el cumplimiento de la mayoría de elementos antes mencionados. En base a esto, he recopilado cuatro de los «Santos Católicos» más interesantes. Una mezcla de relatos fantásticos y realidades que destacaron entre la cultura popular.
- San Ulrico. El primer santo canonizado.
El primer proceso documentado de una canonización es la de «San Galgano», un amigo personal del Papa Alejandro III, tras haber hincado milagrosamente hasta la empuñadura su espada de caballero en una roca de la cima de una colina —sí, la famosa «Excalibur», aquella que nunca se ha logrado quitar—. Sin embargo, existe otra canonización anterior a esta, la de San Ulrico, obispo de Augsburgo, proclamado santo por el Papa Juan XV el 4 de julio del año 993; su hazaña heroica fue el hacer frente a los magiares.
- Huberto de Lieja.
Uno de los más vistosos en sus pinturas, vivió durante un tiempo como anacoreta, y luego viajó a Roma, donde el Papa lo nombró sucesor de San Lamberto como obispo de Maastricht y Tongres. Según la leyenda, Huberto practicaba con regularidad la caza. Se trasladó a Metz donde se casó con Floribana, y cuando esta murió tras dar a luz, Huberto se retiró a los bosques de Ardenas, entregado puramente a la caza. Pronto, tuvo un avistamiento milagroso: un Viernes Santo, mientras se encontraba cazando y perseguía un hermoso venado, este se giró hacía él y mostró un crucifijo entre la cornamenta, resaltado por luminosos rayos. Al mismo tiempo, escuchó que decía: «Huberto, si no vuelves al Señor y llevas una vida santa, irás al infierno». Al escucharlo, Huberto bajó del caballo, y postrado dijo: «Señor, ¿qué quieres que haga?» La respuesta fue: «Ve y busca a Lamberto, que te dirá lo que tienes que hacer». Tanto fue el impacto de la leyenda, que la iconografía del ciervo crucífero apareció en la mayoría de obras medievales, siendo así canonizado como el patrón de los cazadores.
- Juan Diego Cuauhtlatoatzin.
Nació en 1474, en Cuautitlán, en ese entonces llamado Texcoco, y fue perteneciente a la etnia de los chichimecas. El 9 de diciembre de 1531, mientras se dirigía a Tlatelolco, a un lugar llamado Tepeyac, tuvo la aparición de «María Santísima», que se le presentó como «la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios». Ella le encargó a su nombre que le pidiese al Obispo Capitalino Juan de Zumárraga, la construcción de una iglesia en el lugar de su aparición. Y tras la negación del obispo, la Virgen le pidió que insistiera. El 12 de diciembre, mientras Juan Diego se dirigía de nuevo a la ciudad, la Virgen se le volvió a presentar y lo consoló, invitándole a subir hasta la cima del Tepeyac para recoger flores y traerlas a ella. Sin importar la fría estación invernal y la aridez de la tierra, Juan Diego encontró flores bellísimas. Una vez recogidas, las colocó en su tilma y las llevó ante el obispo como prueba del milagro. Una vez ante el obispo, Juan Diego abrió su tilma y dejó caer las flores mostrando la imagen impresa de la Virgen de Guadalupe, quien desde ese momento se convertiría en la simbología de la Iglesia en México.
Juan Diego, movido por el milagro, abandonó sus bienes, su tierra y su familia para, con el permiso del obispo, vivir en una pobre casa junto al templo de la Virgen.
- San Agustín Caloca Cortés.
Nacido en San Juan Bautista del Teúl Zacatecas, fue ministro en la parroquia de Totatiche y Prefecto del Seminario Auxiliar convirtiéndose en un modelo de pureza sacerdotal. El milagro ocurrió previo a ser hecho prisionero después de ayudar a escapar a los seminaristas. Rafael Haro Llamas, testigo de su captura, relató: «Me dijo que lo esperara, que en seguida saldríamos él y yo; me correspondía acompañarlo, tanto en mi calidad de seminarista, alumno entonces del cuarto año, como estar hospedado en su casa…». Cuando salieron del lugar, San Agustín dijo al aire: «Jesús, víctima inocente, quiere víctimas voluntarias para que se dé gloria a Dios y se pague por tantos sacrilegios y tanta maldad… Ojalá nos aceptara a nosotros». Rafael Haro, dice haber sido llenado con seguridad y confianza tras escuchar aquellas palabras en voz clara y serena, pero tras escuchar lo último y al padre observar su titubeó, le dijo: «Es natural que se sienta miedo, pero si Jesús sufrió angustia, tristeza y pavor, sabe infundir también alegría y valor para morir por Él… No te preocupes, a ti no te pasará nada». Rafael Haro concluye: «Recuerdo como me calmaron sus palabras, y pienso que la protección que me alcanzó de Dios tuvo que provenir de él, ya que, ¿por qué si íbamos los dos por el mismo camino, la tropa de soldados sólo lo vio a él?»
Tras ser prisionero, se convirtió en un Martin Católico. Compartió lugar con su párroco el cura Magallanes; durante esos días un militar, viendo lo joven que era, le ofreció la libertad, pero no aceptó si no se lo concedían también a su señor cura. El 25 de mayo de 1927, en Colotlán, Jalisco, frente al verdugo, el cura Magallanes se volvió con su compañero y le dijo: «Reanímate, Dios quiere mártires; un momento, Padre, y estaremos en el cielo». Y volviéndose a las tropas, exclamó: «Soy y muero inocente, y pido a Dios que mi sangre sirva para la paz de los mexicanos desunidos».
┉┅━━━━━━━━━━━┅┉
—BIBLIOGRAFÍA—
- Butler, Alban. 2009. Vidas de los Santos. España: Libsa.
- Fatás, Guillermo. 2010. La Santidad y sus antecedentes. Santos antiguos y santos anómalos. Jerónimo Zurita 85; 13-38.
- García de la Borbolla, Ángeles. 1999. La Hagiografía Medieval, una particular historiografía. Un balance del caso hispano. Hispánica Sacra 51 (104); 687-702.
- González, Fidel. 2008. Sangre y corazón de un pueblo: historia de la persecución anticatólica en México y sus mártires, Volumen 1. México: Arzobispado de Guadalajara.