Categoría: Cultural

Por: SAMUEL GARCIA GARCIA / Fecha: octubre 27, 2025

La población en las fronteras de México-Estados Unidos tienden a contar con características semejantes, tanto sociales, culturales y económicas. A estos aspectos se les llama «ciudades gemelas»

Fotografía de dos soldados que representa el límite territorial estadounidense y mexicano. Digitalizado por la «Dirección General de Comunicación Social UNAM».

ACTO 1 | LA UNIÓN MEDIANTE LA LÍNEA PUNTEADA.

Más allá de un limitante territorial, pareciera que las fronteras territoriales son puramente un aspecto político. Existen muchas cosas que logran cruzar aquel borde que los líderes políticos y defensores de la nacionalidad suelen levantar cada tanto tiempo. La cultura, y las relaciones sociales, son algunos de esos aspectos. En 1981, la ola de historiografía mexicana respecto al tema de las relaciones fronterizas, propuso la existencia de una «visión transfronteriza» que reunía la conceptualización de una región geográfica delimitada por procesos políticos e interacciones entre los habitantes de cada lado. Esta visión es la formación de una estructura social transfronteriza que logra atravesar la barrera imaginaria que limita ambos territorios para crear un aspecto único de multiculturalidad. Sin embargo, esto no se traduce de la misma forma a otros aspectos como lo económico; o lo social, si nos paramos en las perspectivas más «conservadoras o nacionalistas».

La población asentada en las fronteras de México-Estados Unidos, tienden a contar con características semejantes, tanto sociales, culturales y económicas. A estos aspectos se les llama «ciudades gemelas o regiones fronterizas». El nombre está basado en tres ideas principales, como es contar con una región binacional, compartir procesos económicos y sociales semejantes, y contar con una estructura social funcional a través de la frontera. Los aspectos geográficos-sociales suelen entrar en conflicto con lo político-administrativo. Especialmente desde una postura nacionalista, como lo es la «necropolítica» y la creación de políticas públicas sobre la frontera que garanticen la soberanía nacional de cualquiera de los dos países.

La estructura social transfronteriza suele diferenciarse por ser en parte una creación compartida: los actores sociales son las mismas comunidades en ambos lados de la frontera; dichos actores sociales interpretan y aplican la normativa y cultura en ambos lados; y los dos tienen acceso al mismo tipo de recursos —un punto que puede ser bastante diferencial por parte de la estructura política-administrativa—. Se debe comprender que cada región construye su propia identidad con los recursos y herramientas que se prestan en sus territorios. Razón por la cual existen regiones urbanas en la frontera que, o bien cuentan con una enorme separación económica, o adquieren una función bastante radical respecto a su contraparte —como lo son ser un lado meramente turístico y el otro industrial, o viceversa—. En este aspecto demográfico, las ciudades fronterizas mexicanas han sido a lo largo del siglo el puente y la plataforma de acción para el turismo y los flujos migratorios internacionales hacia Estados Unidos.

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ACTO 2 | MÁS ALLÁ DEL TERRITORIO NACIONAL.

Esta diferencia, que puede ser vista en algunas zonas, no significa un aislamiento de los otros aspectos. La relación fronteriza ocurre cuando los territorios son complementarios, es decir, distintos pero con la capacidad de intensificar los aspectos individualistas del otro para la formación de un todo compartido. Se pueden determinar dos puntos importantes para dicha interacción: la existencia de estructuras diferenciales que solo son manifestadas en una zona fronteriza —véase las aduanas, por ejemplo—, y la accesibilidad entre los dos lugares que propician la comunicación entre ambas comunidades. Sin embargo, como se mencionó anteriormente, esto no se traduce de la misma manera para todos los territorios fronterizos. Puede existir una discontinuidad estructural manifestada en diferencias de precios, salarios, y producto per cápita en dichos territorios respecto al resto de los estados debido a las relaciones transfronterizas. En cierta parte, mientras el resto del país tiene una economía-relación que circula a lo largo del territorio o se expande a otras áreas globales, las fronteras tienden a subsistir entre ellas, creando así su propio mercado o comunidad.

La existencia de los aspectos «políticos-administrativos» y «geográfico-sociales» es en sí misma una relación antagónica. Mientras el primero busca dividir las dos culturas para la formación de dos estructuras urbanas con una función única y nacional, la segunda busca unificar de manera natural y social ambos lados de la frontera. Este último punto es quizás lo más relevante para las relaciones fronterizas, pues con la creciente polarización social, el contacto tiende a darse entre integrantes del mismo grupo social o clase social. Y, dado que las ciudades son en parte un sistema-red interurbano global, la interacción suele ser más intensa entre miembros de grupos sociales de jerarquía equivalente; cosa que da inicio a la creación de símbolos, acciones semejantes y paradigmas sociales compartidos.

Frontera del Río Bravo/Río Grande entre Estados Unidos y México, en Laredo, Texas y Nuevo Laredo, Tamaulipas. Fotografía de Bob Daemmrich.

Las relaciones fronterizas son un proceso de internacionalización que, caracterizado por el desplazamiento de la inversión extranjera directa hacía ciertas regiones que presentan ventajas gracias a su localización limitante con el país vecino, busca una relación simbiótica, pero al mismo tiempo individualista, aprovechando los recursos que los territorios les ofrecen. Sin embargo, si bien los aspectos culturales y sociales tienen a formarse con facilidad ante las relaciones comunitarias y la creación de una multiculturalidad transfronteriza, desde una perspectiva política-administrativa, el lado mexicano cuenta con varios «frenos», principalmente políticos y económicos, que crean una enorme diferencia respecto a su vecino: elementos como la migración legal o ilegal que está regida por la economía norteamericana, las diferencias en precios y salarios, y la cada vez menor proporción de habitantes mexicanos que puedan cruzar legalmente a Estados Unidos para el comercio o lo cultural.

Cada uno de estos limitantes, crean una desigualdad fronteriza que pone en peligro el ecosistema tan floreciente y natural que propicia el compartir una frontera. La proximidad es el principal catalizador de integración como «fusión» entre cada aspecto binacional de ciudades vecinas, es decir, es dicha cercanía, lo que propicia las relaciones fronterizas en cualquier aspecto posible. La frontera no es un impedimento para el traslado de culturas. Incluso cuando la gente se muda a otros países y se aleja del núcleo cultural, cierta parte viaja con ellos. El proceso de migración se convierte en un viaje de símbolos y significados, de tradiciones y festividades que son compartidas en el país destino. Una vez establecidos, los migrantes de forma inconsciente comparten parte de sus alegorías. Se esparcen. Incluso teniendo barreras, la cultura traspasa la frontera y es conocida e interpretada por nuevos individuos. A veces, se crean nuevas interpretaciones.

Grafiti en el borde entre México y Estados Unidos en Tijuana. Fotografía de Guillermo Arias.

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—BIBLIOGRAFÍA—

  • Alegría, Tito. 2000. Juntos pero no revueltos: ciudades en la frontera México- Estados Unidos. Revista Mexicana de Sociología, 62 (2) (abril-junio): 88-107.
  • Grimson, Alejandro. 2008. Las culturas son más híbridas que las identificaciones. Anuario antropológico 33, no. 1; 223-67.