“El Silencio que Mata: Una Reflexión sobre el Suicidio en México”
Por Salvador Anguiano Gómez
Vivimos en tiempos extraños. En un mundo hiperconectado donde una imagen puede dar la vuelta al planeta en segundos, pareciera que la vida humana ha perdido su peso. Cada día consumimos más información, más entretenimiento, más escándalos, pero sentimos menos. Y en medio de esta indiferencia disfrazada de normalidad, hay una tragedia silenciosa que sigue cobrando vidas: el suicidio.
Una realidad dolorosa, pero presente
Hablar de suicidio nunca es fácil. Por años ha sido un tema tabú, una conversación incómoda que muchos prefieren evitar. Pero no hablar de ello no lo hace desaparecer. Al contrario, lo fortalece. México enfrenta una creciente ola de casos de suicidio, sobre todo entre adolescentes y jóvenes. De acuerdo con datos del INEGI, en los últimos años, el suicidio se ha convertido en una de las principales causas de muerte entre jóvenes de 15 a 29 años. Y eso debería alarmarnos a todos.
Más allá de las cifras —que son frías, impersonales—, hay historias, hay rostros, hay familias destrozadas. Cada suicidio es una vida que no encontró salida, un grito de ayuda que nadie escuchó a tiempo. ¿Cómo llegamos a esto?

Una sociedad cada vez más insensible
México es un país rico en cultura, solidaridad y valores familiares. Sin embargo, también es un país donde el sufrimiento emocional se minimiza o se esconde. “Échale ganas”, “no estés triste”, “eso se te pasa”, son frases comunes que reflejan la falta de comprensión sobre la salud mental. En lugar de escuchar, juzgamos. En lugar de acompañar, criticamos. En vez de ayudar, nos alejamos.
Y mientras más ignoramos el dolor ajeno, más nos deshumanizamos. Lo vemos incluso en redes sociales, donde se hacen bromas sobre temas como la depresión o el suicidio. Se comparten memes que trivializan el sufrimiento real de muchas personas. Y aunque a veces parezcan “inocentes”, estos gestos contribuyen a la normalización de la insensibilidad.
Redes sociales: el enemigo invisible de la salud mental
En teoría, las redes sociales fueron creadas para acercarnos. Pero hoy, para muchos, son una prisión emocional. Lo que vemos a diario en plataformas como Instagram, Facebook, TikTok o X (antes Twitter) no es la realidad: es una vitrina artificial llena de vidas perfectas, cuerpos ideales, sonrisas eternas. Y eso, poco a poco, va minando la autoestima y la salud mental de millones de personas, especialmente jóvenes.
Compararse se ha vuelto inevitable. La constante exposición a la “vida ideal” de otros provoca ansiedad, inseguridad, depresión. Nos hace sentir insuficientes, defectuosos, fuera de lugar. Pero hay algo aún más grave: el odio gratuito y el acoso disfrazado de libertad de expresión.
Muchas personas usan el anonimato que da un monitor para burlarse del dolor ajeno, atacar, menospreciar, hacer “comentarios” que pueden destruir la poca estabilidad emocional que alguien ha logrado construir. Basta ver las secciones de comentarios en videos donde alguien muestra vulnerabilidad: siempre hay quien se burla, quien ridiculiza, quien da “consejos” crueles disfrazados de sarcasmo. Y todo esto queda impune, como si el sufrimiento digital no contara.
Lo cierto es que el ciberacoso mata. Muchas víctimas de suicidio han dejado claro que el odio que recibieron en redes fue un factor decisivo. La violencia digital no se queda en la pantalla: se mete en la mente, en el corazón, en el alma.

El ritmo que no perdona
Parte del problema es también el ritmo de vida que llevamos. En las ciudades, todo va de prisa. Trabajar más, rendir más, producir más. Nos enseñan a competir, pero no a compartir. A ganar, pero no a sanar. A mostrarnos fuertes, aunque por dentro estemos rotos. La exigencia constante por aparentar felicidad, éxito y estabilidad emocional ha creado una cultura del “todo está bien” que aplasta a quienes no logran mantenerse de pie.
Y en medio de esa carrera frenética, se quedan atrás los que más lo necesitan: los que sienten que no encajan, que no son suficientes, que su dolor no tiene espacio ni comprensión.
La salud mental no es un lujo, es una necesidad
Es urgente cambiar la forma en que vemos la salud mental en México. Ir al psicólogo no debería ser motivo de burla o vergüenza, sino un acto de valentía. Así como vamos al médico cuando nos duele el cuerpo, deberíamos buscar ayuda cuando nos duele el alma. Sin embargo, muchas personas aún no tienen acceso a servicios de salud mental, ya sea por falta de recursos, desinformación o prejuicios sociales.
En las escuelas, en los trabajos y en los hogares, se habla muy poco de lo que sentimos. La inteligencia emocional sigue sin ser prioridad. No enseñamos a los niños a reconocer sus emociones ni a los adultos a expresar sus angustias. Seguimos educando en silencio, cuando lo que necesitamos es abrir espacios para hablar, para escuchar, para sanar.

¿Qué podemos hacer?
No necesitamos ser expertos para marcar una diferencia. A veces, basta con estar presentes. Escuchar sin juzgar. Preguntar con sinceridad: “¿Cómo estás?”, y estar dispuestos a escuchar la respuesta real. Mostrar interés por el otro puede parecer pequeño, pero puede salvar una vida.
Como sociedad, tenemos que dejar de minimizar el dolor ajeno. No todos los que sufren lo demuestran, y no todos los que piden ayuda lo hacen con palabras. La prevención del suicidio comienza con una cultura de empatía, de respeto y de atención a la salud emocional.
Debemos también ser críticos con nuestro uso de redes sociales. Evitar compartir contenido que humille o exponga a otros. Denunciar el ciberacoso. Enseñar a los jóvenes a filtrar lo que ven y a no basar su autoestima en likes o seguidores. Pero todos, en algún momento, hemos sido afectados por esa falsa realidad que ahí se construye.

Conclusión: Recuperar la empatía
El suicidio en México no es solo un problema de salud pública. Es un reflejo de algo mucho más profundo: una sociedad que ha olvidado lo que significa cuidar del otro. Una sociedad que corre, pero no se detiene. Que habla, pero no escucha. Que ve, pero no mira.
Es momento de detenernos. De reconocer que cada vida importa. De volver a sentir, a conectar, a ser humanos.
No podemos seguir ignorando esta tragedia. No podemos seguir haciendo como si nada pasara. Porque detrás de cada silencio, puede haber una vida que se apaga.
Y tú, ¿ya preguntaste cómo están las personas que amas?

