Categoría: Historia

Por: MARIANA DEL PILAR GAMBOA DIAZ / Fecha: noviembre 6, 2025

Las hostilidades terminaron oficialmente el 3 de mayo de 1901, cuando las tropas del ejército federal tomaron la capital de los mayas, Noj Kaaj Santa Cruz.

Para los mayas, la Cruz Parlante simbolizaba la voluntad de Dios a favor de su causa y la esperanza de recuperar su libertad y sus tierras. Fue así como Chan Santa Cruz se convirtió en el corazón espiritual, político y militar de la resistencia, un territorio que por décadas se mantuvo fuera del control del gobierno mexicano. Entretanto, el resto del país atravesaba cambios sumamente importantes: la guerra de Reforma, la intervención francesa y la consolidación del Porfiriato modificaron las prioridades del Estado. Durante mucho tiempo, Yucatán quedó al margen del interés federal debido a su lejanía y a la dificultad de acceso por tierra. Sin embargo, la expansión económica y la modernización promovidas por Porfirio Díaz a finales del siglo XIX despertaron el interés en controlar los recursos naturales y las rutas del Caribe.

Por esa razón, el gobierno federal decidió intervenir directamente. La guerra ya no se veía solo como un asunto local, sino como un problema de soberanía nacional. En 1899 se reanudaron las campañas militares contra Chan Santa Cruz, dirigidas por el general Ignacio A. Bravo, quien recibió la orden de acabar definitivamente con los rebeldes y someter la región al control del Estado. En 1901, las fuerzas del general Bravo lograron ocupar Chan Santa Cruz tras intensos combates y con el apoyo de tropas mejor armadas. La ciudad fue tomada, se destruyeron santuarios, se expropiaron tierras y se impuso un gobierno militar. Este acontecimiento marcó el fin oficial de la Guerra de Castas.

En el año de 1902, el gobierno de Díaz decretó la creación del Territorio Federal de Quintana Roo, con el propósito de separar políticamente la zona del resto de Yucatán y establecer una administración directamente controlada por el centro. Esto permitió al régimen porfirista mantener un control más eficaz y garantizar la explotación económica de los recursos forestales, principalmente el chicle y la madera preciosa, mediante concesiones a empresas extranjeras. Aunque el poder militar y político del Estado maya fue derrotado, el espíritu de resistencia no desapareció. Muchos grupos se internaron más profundamente en la selva, manteniendo sus creencias y su organización comunitaria. La cultura maya sobrevivió a pesar de la violencia, las deportaciones y la pérdida de sus tierras.

El final de la Guerra de Castas no trajo consigo la paz ni la justicia social que los pueblos indígenas anhelaban; fue todo lo contrario: el triunfo del Estado mexicano significó la consolidación de un sistema económico desigual, basado en la explotación henequenera y en el trabajo forzoso. Muchos mayas fueron esclavizados o trasladados a plantaciones en otras regiones, especialmente a Cuba y Valle Nacional (Oaxaca). A nivel político, el control federal sobre Quintana Roo marcó el inicio de una nueva etapa de colonización interna. El territorio fue reorganizado según los intereses del gobierno y las compañías privadas, mientras las comunidades mayas quedaron marginadas. A nivel cultural, sin embargo, la identidad maya resistió. Sus lenguas, rituales y costumbres continuaron practicándose, incluso bajo represión.

Con el tiempo, la memoria de la Guerra de Castas se convirtió en símbolo de resistencia e identidad. En el siglo XX, especialmente tras la Revolución Mexicana, el Estado comenzó a reconocer la importancia histórica del conflicto, aunque muchas de las demandas originales siguieron sin resolverse plenamente. Hoy en día, en comunidades de Quintana Roo y Yucatán, la historia de la Guerra de Castas sigue viva en relatos orales, fiestas, cantos y ceremonias, recordando el valor de los antepasados que se negaron a ser sometidos.

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