La fotografía nos ofrece la oportunidad de profundizar en la naturaleza de las imágenes. Todos estamos ya acostumbrados a ellas, cargamos todos los días con una cámara en nuestros bolsillos, y las fotografías son nuestra tarjeta de presentación al mundo en redes sociales. Recientemente, sin embargo, ha surgido un nuevo fenómeno impulsado por los avances en la inteligencia artificial, las fotografías generadas por IA. Estas imágenes parecen desafiar nuestras preconcepciones y aparente seguridad frente al concepto de fotografía, y es que honestamente, ¿qué es una fotografía?
Descomponiéndola en sus elementos más básicos, encontramos que cualquier fotografía es, a fin de cuentas, una imagen, una imagen de algo externo que, siguiendo el método deseado, queda estampada sobre una superficie. Si algo comparten la fotografía analógica y la digital, es este principio que podemos abstraer como el principio de representación en general. Siguiendo la etimología de la palabra encontramos la raíz griega φῶς (phōs) que se refiere a la luz, que funge el rol de materia prima con la que, digamos, se “pinta” la imagen. Ahora bien, tenemos, pues, en toda fotografía necesariamente un objeto que será representado: la verdad de la imagen. Por otro lado, tenemos la superficie en donde quedará capturado el flujo de luz que, pasando por el objeto, termina chocando contra ella.
Ahora bien, si eliminamos la consideración de la luz, veremos que el modelo de la imagen se encuentra inmerso en gran medida en nuestro proceso de conocimiento. Generalmente, pensamos que existe allá afuera un objeto, y que el flujo del pensamiento recoge en su movimiento al objeto y al impactar sobre nuestra consciencia surge una imagen del objeto, esa imagen suele ser llamada conocimiento, y su grado de verdad resulta de acuerdo a su adecuación respecto al original. Así, vamos por la vida tomando fotos del mundo que nos rodea y conociéndolo a través de imágenes. Esta forma de pensar en el conocimiento fue introducida por nada menos que Platón, quien, en su búsqueda de un criterio de discernimiento de la pluralidad de cosas de la experiencia, postuló la Idea como unidad de medida sustancial. Recordando la famosa alegoría de la caverna, podemos pensar al mundo de la experiencia como una serie interminable de imágenes o iconos (eikon) que existen en referencia a sus respectivas ideas. Y es que, para bien o para mal, el modelo platónico ha echado raíces harto profundas que permanecen aún en la conciencia contemporánea. Al hacernos, pues, de la idea, tenemos las herramientas suficientes para juzgar y discernir el mundo que nos rodea, y así lo ha hecho la humanidad en los últimos siglos. Andamos y juzgamos los fenómenos que nos rodean, y usualmente nos disgustamos cuando algo no se adecua a su idea.
-¿Por qué golpeas al niño? ¿Qué te hizo?
-Me contestó, y los niños no deben contestar a sus mayores.
Así podemos tomar por ejemplo las ideas de hombre y mujer, y ver en la basta pluralidad de los estudios de género, hasta qué punto puede configurarse la violencia con el único propósito de evitar la desviación de la imagen, la adecuación de las copias imperfectas hacia la idea perfecta. Si bien esta forma de concebir el conocimiento, tiene sus ventajas, como podemos apreciar, conlleva a su vez una gran serie de problemáticas, siendo quizá la principal de ellas la exclusión de la diferencia, de la singularidad frente a la universalidad.
Este modelo, sin embargo, no está terminado. No hemos mencionado aún un tercer elemento cuya importancia no es minimizable, y que puede ayudarnos a pensar las imágenes generadas por IA, y quizá a nosotros mismos, a saber el simulacro. Platón inscribe este tercer elemento en su teoría, entendiendo al simulacro como “la copia de la copia”, la representación sin original. Si entre el icono y la Idea hay una semejanza esencial, y solamente una diferencia en grado, entre la Idea y el simulacro no existe relación. De esta manera, el sofista es al filósofo lo que el simulacro a la imagen, siendo la idea en este caso la de la sabiduría.
En este sentido, la imagen generada por IA puede entenderse como una especie de simulacro fotográfico, y esto nos permite hacer un vuelco totalmente a la hora de analizar este tipo de cuerpos. Al centrarnos en los simulacros, se lleva a cabo una liberación total del concepto, y podemos concentrarnos no en lo que lo vuelve semejante o desemejante al concepto, sino más bien que es lo que lo hace único, y qué potencialidades tiene. En este sentido, la manera en que pensamos las imágenes y los simulacros puede a su vez dirigirse a otros territorios sociales, que, como ya hemos visto, están permeados por este modelo de representación. Así, el simulacro permite acceder a la contingencia. Si uno pretende ser empírico, su imagen debe ser no el icono, sino el simulacro. En el simulacro fotográfico que creé en clase, me parece que puede mostrarse un poco este juego, con la protagonista sin rostro viendo su reflejo inexistente en el lago. ¿Qué es lo que se refleja en el lago? La figura reflejante no tiene siquiera una cara definida, y no tiene tampoco un original al que remitirse, es únicamente ella, y su reflejo es, pues, también un eco de su absoluta individualidad, de su incapacidad de subordinación a un original, a una Idea, y en esto el reflejo falla también, pues este también resulta simulacro. La cuestión está en el aire, y será cuestión de la mujer si levantarse y liberarse del reflejo, de la necesidad de representación esterilizante y homogeneizadora, y marcharse del lago.