Categoría: Historia

Por: DIANA PATRICIA CARMONA HERNANDEZ / Fecha: octubre 2, 2025

Un apicultor urbano en la azotea de un viejo edificio lucha por salvar la última colmena mientras la ciudad arde en cemento. Historia real con un guiño a la urgencia ambiental.

En la azotea del edificio más viejo de la colonia Guerrero, Tomás ajusta su velo de apicultor. Sus manos, curtidas por el sol y la paciencia, se mueven con una delicadeza que contrasta con la rudeza del concreto agrietado bajo sus pies. Frente a él, una colmena vibra como un corazón a punto de estallar, y cada abeja parece trazar una ruta invisible sobre el cielo gris de la Ciudad de México.

Abajo, el rugido urbano no se detiene: bocinas, frenazos, vendedores pregonando sus ofertas, ambulancias corriendo contra el tiempo. Un mundo que apenas recuerda que alguna vez dependió del zumbido de estos insectos para tener alimento en la mesa.

Tomás heredó este oficio de su abuelo, un campesino de Puebla que migró a la ciudad en los años 70. En aquel entonces, las abejas eran parte del paisaje: revoloteaban en jardines, parques y terrazas sin levantar sospechas. Ahora, sobrevivir en la capital es una hazaña. Entre pesticidas, contaminación y la desaparición de flores nativas, las colmenas urbanas están al borde de la extinción. “Aquí, cada abeja que nace es un pequeño milagro”, dice mientras levanta un panal.

Su miel no es como la de los catálogos gourmets. Es más oscura, con un sabor que recuerda a flores secas y un fondo metálico que delata el aire que respiraron sus abejas. Para algunos, esa rareza es un defecto; para otros, una huella de autenticidad. Tomás no intenta disfrazarla. Sabe que su miel cuenta la historia de la ciudad, con todos sus contrastes y cicatrices.

Pero la apicultura urbana no es solo romanticismo. Hay ciencia y resistencia detrás. Cada colmena ayuda a polinizar plantas y árboles que, sin estos insectos, dejarían de reproducirse. La pérdida de polinizadores podría afectar hasta el 75% de los cultivos del mundo, según la FAO. En una ciudad que se expande sin freno, la misión de Tomás no es menor: es mantener vivo un hilo que conecta la urbe con su origen natural.

A veces, recibe visitas inesperadas. Los niños del edificio cruzan la puerta oxidada que lleva a la azotea y se quedan mirando, hipnotizados, cómo las abejas entran y salen de la colmena. Él les habla de flores, de la importancia de las estaciones, de cómo una abeja puede recorrer hasta cinco kilómetros para encontrar alimento. No es una lección escolar, es un acto de siembra invisible: plantar en sus cabezas la idea de que, si las cuidan, las abejas seguirán aquí.

“Cuando la última abeja de la ciudad se vaya, se irá con ella mucho más que miel”, reflexiona Tomás. Se irá un pedazo de nuestra memoria, de nuestro equilibrio. Por eso, mientras pueda, seguirá subiendo a la azotea, velando por esas pequeñas aliadas. Porque en un mundo que se olvida de lo esencial, cuidar una abeja es cuidar todo lo que aún puede florecer.

Bibliografía
Goulson, Dave. A Sting in the Tale. Londres: Jonathan Cape, 2013.
Greenpeace México. “Abejas y agricultura.” Consultado el 12 de agosto de 2025. https://www.greenpeace.org/mexico/