A Julia se le quebró la voz cuando dijo: “Lo único que podía hacer por él era plantar un árbol”. Su hijo, asesinado por un grupo armado, se había ido a trabajar a Estados Unidos pero regresó en un ataúd. En vez de buscar venganza, Julia buscó raíces.
En la comunidad de Arantepacua, Michoacán, donde los bosques han sido arrasados por talamontes ilegales, Julia decidió iniciar una brigada forestal integrada solo por mujeres. “Nos decían que estábamos locas. Que, ¿qué íbamos a poder hacer con unas palas y costales de semillas?”.
Veinte años después, han reforestado más de 200 hectáreas. La zona, antes yerma y vigilada por narcos, ahora canta con aves migratorias y mariposas monarca. Pero no fue fácil. Las amenazas llegaron junto con los primeros brotes. Tuvieron que aprender no solo a sembrar, sino a resistir.
Julia camina con paso firme entre las nuevas coníferas. Le habla al bosque con respeto. “Yo sé que esto es un acto de rebeldía”, dice mientras riega una ceiba. “Nos enseñaron a tener miedo. Pero la tierra nos enseñó a tener esperanza.”
Este tipo de ecología no está en los libros, sino en la piel de quienes han perdido todo y deciden volver a empezar. En Michoacán, las mujeres sembradoras son guardianas del territorio, defensoras de la vida y también terapeutas de la herida colectiva que deja la violencia.
Mientras los gobiernos firman acuerdos climáticos desde sus escritorios, Julia y su brigada siembran, podan, limpian y vuelven a sembrar. No por activismo, dice, sino “porque queremos que nuestros nietos vean un árbol y no una pistola”.
Bibliografía:
Tsing, Anna Lowenhaupt. 2015. The Mushroom at the End of the World: On the Possibility of Life in Capitalist Ruins. Princeton: Princeton University Press.
Toledo, Víctor M. 2020. “Ecología política de los pueblos indígenas.” Revista de Ciencias Sociales 52(1): 88–105.
Navarrete, Carolina. 2022. “Bosques y balas: mujeres reforestando la esperanza en Michoacán.” Revista Nexos, junio.
