Categoría: Historia

Por: DIANA PATRICIA CARMONA HERNANDEZ / Fecha: agosto 14, 2025

Timbuktú fue un centro de saber islámico y científico, cuyos manuscritos sobrevivieron gracias a la valentía de bibliotecarios que los salvaron del extremismo.

La memoria del desierto

Timbuktú, en la actual Malí, fue durante siglos un faro de conocimiento en el corazón de África. Lejos de los estereotipos coloniales que la presentan como un lugar mítico e inalcanzable, fue una ciudad vibrante donde floreció el saber islámico, científico y literario.

Desde el siglo XIII, eruditos y comerciantes copiaron miles de manuscritos a mano. Se escribía sobre astronomía, derecho, medicina, poesía, gramática y espiritualidad. Muchos de estos documentos eran guardados celosamente en bibliotecas familiares, transmitidos como herencias culturales.

Pero en 2012, el norte de Malí cayó bajo el control de extremistas vinculados a Al Qaeda. Con ellos vino la destrucción: monumentos, tumbas y bibliotecas comenzaron a ser incendiadas. Fue entonces cuando Abdel Kader Haidara, un bibliotecario y coleccionista que había heredado una vasta colección, puso en marcha una operación digna de una novela.

Convenció a dueños de bibliotecas, organizó voluntarios, y escondió miles de manuscritos en cajas metálicas resistentes al fuego. Con burros, motocicletas, botes y taxis, comenzaron a sacarlos de la ciudad, cruzando puestos de control con sobornos y documentos falsos. El objetivo: llegar a Bamako, a 1,000 km al sur. El relojero que engañó al océano

El problema del tiempo

Durante siglos, los marineros cruzaban los océanos sin saber exactamente dónde estaban. Mientras la latitud podía determinarse observando el sol, la longitud —su posición este-oeste— seguía siendo un misterio. El resultado: barcos que encallaban, flotas que se perdían, vidas que se extinguían bajo las olas.

Para solucionarlo, en 1714, el Parlamento británico ofreció una fortuna de 20,000 libras a quien pudiera encontrar una forma precisa de determinar la longitud en el mar. La mayoría de los científicos pensó que la respuesta estaba en los cielos: observando la luna, los eclipses, las estrellas. Pero un humilde carpintero convertido en relojero autodidacta, John Harrison, tuvo otra idea.

Harrison entendió que si un barco podía llevar consigo la hora exacta del puerto de origen —por ejemplo, Greenwich— y comparar esa hora con el mediodía local (cuando el sol está en su punto más alto), la diferencia de tiempo revelaría su longitud. Solo había un problema: no existía un reloj capaz de mantener la hora con precisión en alta mar.

Así comenzó su odisea. Durante más de 30 años, construyó una serie de relojes, cada uno más sofisticado que el anterior. Su obra maestra fue el H4, un dispositivo que parecía más un reloj de bolsillo que un cronómetro náutico. Cuando fue probado en un viaje a Jamaica en 1761, perdió solo cinco segundos.

Aun así, la Junta de Longitud —compuesta por académicos escépticos— dudó. Harrison tuvo que luchar durante años por su premio. Solo después de la intervención del rey Jorge III recibió el reconocimiento (y parte del dinero) que merecía. Su cronómetro revolucionó la navegación y salvó innumerables vidas.

Hoy, John Harrison es recordado no solo como un genio mecánico, sino como una prueba viviente de que la precisión puede cambiar el rumbo de la historia.

Referencias

  • Sobel, Dava. Longitude: The True Story of a Lone Genius Who Solved the Greatest Scientific Problem of His Time. New York: Walker Publishing Company, 1995.
  • Howse, Derek. Greenwich Time and the Discovery of the Longitude. Oxford: Oxford University Press, 1980.