Categoría: Historia

Por: CESAR RAMIREZ MARQUEZ / Fecha: noviembre 20, 2025

El año 536 d.C. fue marcado por un sol oscurecido, cosechas perdidas y hambrunas globales tras erupciones volcánicas, considerado el peor año de la historia.

Hay años que marcan a generaciones enteras. Basta con escuchar cómo los abuelos recuerdan la Revolución, cómo los padres hablan de las crisis económicas, o cómo los más jóvenes piensan en incendios, huracanes o guerras recientes como señales de que se vive en tiempos difíciles. Sin embargo, la historia nos guarda un recuerdo mucho más duro, un año que los especialistas señalan como el peor para estar vivo: el 536 después de Cristo (Tvauri, 2014).

Las crónicas cuentan que aquel año el sol se volvió pálido. Durante más de un año y medio la luz nunca fue completa; incluso al mediodía parecía amanecer. Imaginarlo produce escalofríos: un mundo sumido en penumbra, sin estaciones claras, con el frío, instalándose donde antes había cosechas y abundancia. Los testimonios de la época hablan de hambre y desesperación. Hoy sabemos que lo más probable es que una erupción volcánica en Islandia lanzara cenizas y azufre a la atmósfera, formando una capa que bloqueó la luz solar (Veski & Lang, 1996).

Las consecuencias fueron devastadoras. En Europa los campos quedaron vacíos tras dos cosechas perdidas. En Asia, los veranos se volvieron helados y la nieve cayó en meses en los que antes florecía la tierra. En Irlanda y Escocia, los relatos narran hambrunas que duraron años. En China, los registros imperiales anotaron sequías, hambre generalizada y disturbios que minaron el poder de las dinastías (Tvauri, 2014).

Los arqueólogos han encontrado pruebas claras de este colapso. El polen atrapado en los suelos muestra que muchos cultivos dejaron de crecer y que hubo que adaptarse a nuevas semillas más resistentes, como el centeno en el norte de Europa. En Finlandia, donde la subsistencia dependía de la caza y la pesca, la escasez de animales obligó a cambios en las formas de vida y en las costumbres. Suecia vio cómo se rompían antiguas rutas comerciales y nacían otras nuevas, que siglos después se convertirían en la base del mundo vikingo.

Lo más sorprendente es que el desastre no se limitó a una región. A miles de kilómetros, en Mesoamérica, los mayas enfrentaron alteraciones en sus ciclos agrícolas. En el Mediterráneo oriental, el Imperio Bizantino se tambaleaba al quedarse sin reservas de grano. Fue, literalmente, una crisis global en un mundo que no sabía que estaba conectado.

El 536 no solo fue un año oscuro, sino un parteaguas. Representó la caída de un orden y el inicio de otro. Muchas comunidades no volvieron a ser las mismas y la recuperación de la población tomó siglos. Es por eso que los especialistas consideran ese año como un límite entre épocas, comparable a los grandes cambios de la Edad del Bronce.

El misterio todavía acompaña a este episodio. Algunos científicos piensan que fueron varias erupciones sucesivas, otros que un cometa pudo haber causado parte de la catástrofe. La respuesta no está cerrada, pero el hecho está documentado: la Tierra vivió un invierno forzado, un tiempo sin sol, que puso a prueba la capacidad de sobrevivir de los pueblos antiguos.

Recordarlo no es un ejercicio de nostalgia amarga, sino de perspectiva. La historia nos enseña que la humanidad ha atravesado crisis mucho más oscuras de lo que podemos imaginar. Nos recuerda que la naturaleza tiene el poder de transformar civilizaciones enteras, pero también que las sociedades han sabido adaptarse, reinventarse y salir adelante. El peor año de la historia no fue el más cercano a nosotros, sino aquel en el que el sol se escondió, el hambre se extendió y, aun así, la humanidad resistió.

Referencias

Dribe, M., Olsson, M., & Svensson, P. (2015). Famines in the Nordic countries, AD 536-1875.

Tvauri, A. (2014). The impact of the climate catastrophe of 536–537 AD in Estonia and neighbouring areas. Eesti Arheoloogia Ajakiri, 18(1), 30-56.

Veski, S., & Lang, V. (1996). Prehistoric human impact in the vicinity of Lake Maardu, Northern Estonia. A synthesis of pollen analytical and archaeological results. PACT (Rixensart), (51), 189-204.