Categoría: Cultural

Por: CARLOS ALBERTO DIAZ SOLANO / Fecha: noviembre 24, 2025

Las Casas Palaciegas de Porfirio Díaz en Popo-Park, Atlautla, joyas arquitectónicas porfirianas, están en lamentable abandono. Una de ellas opera ilegalmente como fábrica química.

Por Carlos Alberto Díaz Solano

Universidad Autónoma de Chihuahua

Facultad de Filosofía y Letras

Licenciatura en Historia

Matrícula 366086

 

Popo-Park, Atlautla, Estado de México – Enclavadas en las faldas de la majestuosa sierra, donde el aire puro prometía el descanso de la élite porfiriana, se alzan hoy como mudos testigos del paso del tiempo las que fueron las Casas Palaciegas de José de la Cruz Porfirio Díaz Mori, el hombre que rigió el destino de México durante más de tres décadas. Estas residencias, concebidas como refugios de opulencia y poder, se encuentran sumidas en un estado lamentable de abandono y deterioro progresivo.

El contraste entre su glorioso pasado y su cruda realidad actual es desolador; lo más alarmante es el destino de una de ellas, cuya noble arquitectura ha sido profanada: opera actualmente como una fábrica clandestina de productos químicos. Esta insólita y peligrosa ocupación no solo acelera la destrucción de una joya arquitectónica invaluable, sino que representa una amenaza para el resto del patrimonio histórico.

Ante esta calamidad que consume el legado de una época fundamental en la historia de México, la voz de la conciencia histórica y ciudadana se alza en un clamor urgente. Se requiere una intervención inmediata y coordinada para el rescate y la restauración integral de estos edificios porfirianos; su conversión en un atractivo turístico e histórico de gran valor no es solo una obligación patrimonial, sino una oportunidad vital para impulsar el desarrollo cultural y económico de la región, permitiendo a los visitantes pisar el suelo donde descansaba el hombre que definió el México moderno.

Fundación y Desarrollo Infraestructural de Popo-Park

La génesis de las Casas Palaciegas de Popo-Park se sitúa en el año 1890, en plena cúspide del período conocido como el Porfiriato. El origen del fraccionamiento fue la adquisición de un extenso predio por parte de un ciudadano de origen estadounidense, el Sr. Hall, quien lo denominó Popo-Park, haciendo alusión a su proximidad con el volcán Popocatépetl.

Este hecho fue el catalizador para la construcción de la propiedad presidencial. En un notable gesto de agradecimiento y como muestra de pleitesía al presidente de México, el Sr. Hall mandó a erigir tres Casas Palaciegas de arquitectura distintiva. Estas residencias fueron concebidas y destinadas como centros de descanso y recreación para José de la Cruz Porfirio Díaz Mori, sirviendo como sus habituales retiros de fin de mes.

La ubicación del sitio, si bien privilegiada por su entorno natural, presentaba un desafío logístico significativo, los accesos originales consistían en complicados caminos de terracería, los cuales solo permitían el tránsito lento y difícil de vehículos de la época, como calandrias o carrozas, ante esta limitación y buscando optimizar su traslado, el presidente Díaz, con su marcada inclinación por el progreso infraestructural, ordenó la construcción de una línea de ferrocarril, esta acción no solo simplificó el trayecto hacia Popo-Park, sino que elevó el estatus del lugar al conectarlo directamente con un medio de transporte moderno y eficiente, consolidándolo como un exclusivo centro de descanso para la élite porfiriana.

 

Escándalo Histórico y el Mito del Baile de los 41

Una de las casas palaciegas de Popo-Park no solo sirvió como centro de descanso, sino que se encuentra ligada a uno de los episodios más notorios y controvertidos de la sociedad porfiriana. La tradición oral local vincula directamente una de estas residencias con Ignacio de la Torre y Mier, el yerno del presidente Díaz, casado con Amada Díaz.

De acuerdo con los relatos populares, De la Torre y Mier utilizaba esta propiedad como sede para sus celebraciones privadas de fin de semana, que incluían fiestas y reuniones de carácter transgresor para la moral de la época, a menudo referidas como orgías. Estas celebraciones, que congregaban a hombres y a “hombres vestidos de mujer” (término usado en la época para referirse a personas con identidad de género diversa o en drag), terminaron por inmortalizar a De la Torre y Mier en la memoria colectiva, superando la relevancia de su parentesco presidencial.

Este contexto social se conecta intrínsecamente con el famoso incidente conocido como el Baile de los 41, un suceso ocurrido en la madrugada del 18 de noviembre de 1901 en la Ciudad de México. La leyenda sostiene que, tras la detención de un grupo de 42 hombres (compuesto por varones y aquellos vestidos de mujer) en medio de una gran fiesta, el comandante del cuartel presentó la lista de detenidos al presidente Díaz. El mito popular narra que Díaz, al percatarse del nombre de su yerno en la lista, habría intervenido directamente. Se le atribuye la frase: “Comandante, yo solo veo 41 y no 42”, eliminando un nombre de la lista para salvar el honor de su familia y proteger a De la Torre y Mier de la ignominia pública, consolidando así el número 41 como un símbolo tabú en la cultura popular mexicana.

Daños de la Revolución y el Declive

Con el estallido de la Revolución Mexicana, las propiedades sufrieron un duro golpe. Zapatistas, al conocer la ubicación de las casas presidenciales, las saquearon e incendiaron el Casino Presidencial, que hoy permanece en ruinas.

La información proporcionada por el Sr. Salvador Hurtado, cuya familia, la Hurtado Tamborrel, fue propietaria de una de las casas desde 1920 hasta 2012, revela detalles fascinantes:

La casa original no tenía el torreón central actual y contaba con techos de madera de estilo francés.

En este sitio, Don Porfirio celebró sus bodas de plata con Doña Carmelita en el otoño de 1906.

Su hijo “Firio” era un visitante frecuente y mantenía un zoológico privado en la propiedad.

Una de las casas fue incendiada por Eufemio Zapata durante la Revolución.

Fragmentación de la Propiedad y la Cronicidad del Abandono

La época de esplendor de Popo-Park comenzó su declive tras el fallecimiento del fundador, el Sr. Hall. La titularidad del predio y de las Casas Palaciegas inició un proceso de sucesión y venta que resultó en una compleja fragmentación. Históricamente, la propiedad pasó por una sucesión de manos que incluyó a figuras como Carlos Montes de Oca, Cecilia, Laurencio Argüelles, Carlos Aguilera, Miguel Marín y Martín Borgel, entre otros. Esta constante rotación y división de la propiedad culminó en el estado actual del sitio, que opera como una comunidad con una multiplicidad de propietarios, haciendo extremadamente compleja cualquier gestión o proyecto de conservación a escala.

Este mosaico de titularidades ha sido un obstáculo formidable para la conservación del patrimonio. A lo largo de los años, diversas administraciones públicas municipales han manifestado su interés y han emprendido esfuerzos por tomar control de las Casas Palaciegas con un objetivo claro: su remodelación integral y la posterior integración a circuitos de uso turístico. Sin embargo, debido a las dificultades legales, la dispersión de los dueños y la falta de recursos o continuidad política, ninguno de estos intentos ha logrado prosperar. El resultado ha sido la paralización de cualquier iniciativa de rescate, perpetuando el abandono y el deterioro del legado histórico de Popo-Park.

Un Llamado a Detener la Muerte del Pasado

El panorama que dejo atrás en Popo-Park es, sencillamente, desolador.

Como estudiante de historia, sentí una profunda punzada al contemplar lo que queda de estas casas; no son solo ladrillos y argamasa; son cápsulas de la vida íntima de la élite que forjó el México moderno. La tristeza me abruma al ver que el esplendor del Porfiriato ha sido reemplazado por la desidia más cínica. La imagen de una de las palaciegas, convertida en una fábrica de productos químicos, es el insulto final a su legado, un riesgo tangible que amenaza con destruir lo poco que el tiempo y la Revolución dejaron en pie.

La nostalgia que me invade no es solo por Porfirio Díaz, sino por la pérdida irrecuperable de una narrativa. ¿Cómo puede el país permitirse que el lugar donde un hombre de esa magnitud celebraba sus bodas de plata, o donde se tejían los hilos de un escándalo social que definió una época, se encuentre en semejante abandono?

La urgencia de un salvamento ya no es una opción, es una obligación moral y cívica. El rescate de estos edificios porfirianos de Atlautla trasciende la mera protección patrimonial. Se trata de recuperar un libro de historia abierto, permitiendo a las futuras generaciones y a los visitantes conocer y tocar el lugar donde descansaba el hombre que moldeó el México moderno por más de tres décadas.

Solo una intervención decidida, que supere la fragmentación de la propiedad y los esfuerzos fallidos del pasado, puede detener la lenta y triste agonía de Popo-Park. El tiempo corre. Y con cada día que pasa, se desmorona un poco más de nuestra memoria colectiva.