El chilatole: Un sorbo ancestral que sigue alimentando el alma mexicana
Por Carlos Alberto Diaz Solano
Chalco, Estado de México – De bebida ritual a reconfortante platillo, el chilatole es una muestra de la resiliencia de la cocina mexicana. A pesar del tiempo, ha mantenido intacta su historia y tradición. Este platillo líquido, cuyo nombre proviene del náhuatl chili (chile) y atolli (atole), es un atole salado, espeso y picante que va más allá de sus ingredientes. Cada sorbo de chilatole es un viaje al México prehispánico, un reflejo de siglos de cultura, creencias y evolución social que han sido transmitidas de generación en generación.
De lo Sagrado a lo Cotidiano
Los orígenes del chilatole se remontan a las ceremonias rituales de los pueblos prehispánicos. En estos eventos, se preparaba una mezcla de maíz y chile, a la que a veces se le agregaba cacao amargo o miel, creando una bebida sagrada que no solo alimentaba el cuerpo, sino que también nutría el espíritu en ceremonias cruciales. Su importancia era tal que incluso Hernán Cortés, en sus Cartas de Relación, la descrita como una bebida energética y revitalizante, aunque la paleta europea, más aficionada al azúcar, llevó a que esta mezcla evolucionara en lo que hoy conocemos como champurrado.
Con la llegada de los españoles, el chilatole fue dejando su lugar en las ceremonias para integrarse en la vida diaria. Las talentosas cocineras tradicionales lo reinventaron, transformándolo de una bebida en una sopa espesa o guiso. Este platillo, con su sabor picante y reconfortante, se convirtió en el remedio ideal para los días fríos y en el centro de las reuniones familiares, demostrando la capacidad de la cocina mexicana para adaptarse y perdurar, convirtiendo un antiguo ritual en un delicioso platillo popular.
El Corazón del Chilatole: La Esencia de sus Ingredientes
La magia del chilatole no radica en su complejidad, sino en la perfecta armonía de sus ingredientes. Cada uno es fundamental, aportando una capa de sabor, historia y tradición que, al unirse, crea una experiencia culinaria inigualable.
La base de este platillo es la masa de maíz. Más que un simple espesante, es el corazón cultural del chilatole y el vínculo directo con los antiguos pueblos mesoamericanos. Es esta masa la que le da al caldo su textura densa y su sabor a maíz fresco, un sabor que ha alimentado a las generaciones en México durante milenios.
Complementando la masa, los granos de elote tierno aportan una explosión de sabor y textura. Su dulzor natural y su consistencia ligeramente crujiente contrastan a la perfección con la riqueza del caldo, convirtiendo cada bocado en un delicioso. Estos granos no solo hacen el platillo más sustancioso, sino que también celebran la generosidad de la tierra.
El alma aromática del chilatole se encuentra en el epazote, una hierba endémica de México con un aroma y sabor inconfundibles. Esta planta, reconocida por su uso en la cocina tradicional para realzar los sabores de frijoles y maíces, le confiere al platillo un toque terroso y ligeramente picante que lo distingue de cualquier otra sopa o atole.
Finalmente, el sabor que le da su nombre y su carácter único proviene de los chiles verdes y el ajo. El picor de los chiles (comúnmente serrano o jalapeño) es el motor del sabor, mientras que el ajo proporciona una base profunda y sabrosa. Juntos, crean un caldo que no solo calienta el cuerpo, sino que también despierta los sentidos con un sabor robusto y picante.
En conjunto, estos ingredientes forman un mosaico culinario que honra la riqueza de la cocina mexicana, demostrando cómo la sencillez de la naturaleza puede dar lugar a un platillo de inmensa profundidad y significado cultura
Un Mosaico de Sabores Regionales
Aunque el chilatole es un platillo profundamente arraigado en la región central de México, su verdadera magia reside en su capacidad de adaptación. A lo largo del país, cada región ha tomado esta receta ancestral y la ha transformado, agregando ingredientes locales que no solo cambian su sabor, sino que también cuentan la historia de su tierra.
Veracruz: Del Maíz al Mar
En las cálidas costas de Veracruz, el chilatole se reinventa con los sabores del Golfo de México. Aquí, el maíz y el chile se encuentran con la riqueza del mar para crear un guiso que es tanto refrescante como reconfortante. Es común encontrar versiones que sustituyen la carne por mariscos como camarones, jaibas e incluso acamayas, creando un caldo que vibra con la frescura del océano. Una de las variantes más apreciadas es la que incorpora camarón seco molido, una adición que le da un distintivo color rojizo y un aroma salino profundo que transporta al paladar a la orilla del mar, transformando por completa la experiencia del platillo.
Tlaxcala: Tradición y Vanguardia
En Tlaxcala, el chilatole no es solo un platillo, sino un emblema de la identidad local y la resistencia de las tradiciones agrícolas. Su importancia cultural es tan grande que en el municipio de Tepetitla se celebra una feria anual en su honor, atrayendo a visitantes que buscan probar las diversas interpretaciones del platillo. Las recetas tlaxcaltecas son un testimonio de la creatividad y la conexión con el campo: algunas familias añaden hojas tiernas de calabaza o chayote para darle un toque más verde y vegetal, enlazando el platillo directamente con la milpa. En contraste, en Tlaxco se prepara una versión dulce y reconfortante que rompe con el sabor tradicional: con piloncillo, leche y cubitos de queso, esta variante transforma el guiso en un postre líquido, un testimonio de la increíble versatilidad que reside en la combinación de chile y maíz.
Otras Variaciones y el Sabor Clásico
A lo largo del país, la creatividad culinaria no tiene límites. El chilatole se ha adaptado a los recursos de cada cocina, volviéndose más versátil que nunca. Se pueden encontrar versiones con carne de cerdo o pollo, que lo convierten en un guiso sustancioso y completo, ideal para los días de frío. En algunas zonas, se prepara con chito, una variante de carne seca deshebrada que aporta un sabor ahumado y salado único. Otros cocineros experimentan con el ajonjolí tostado para agregar una textura y un sabor a nuez al caldo. A pesar de todas estas fascinantes interpretaciones, la versión que sigue siendo la más popular y apreciada es la tradicional: el chilatole verde, cuyo sabor está definido por la vibrante y picante combinación de chile serrano y epazote, un sabor que mantiene vivo el legado de este platillo ancestral.
Para mí, un recuerdo de Raíces y Amor
El recuerdo de mi abuela en su cocina de campo es, en realidad, el recuerdo de un aroma: el del humo de leña mezclado con el epazote recién cortado. En ese espacio, con el piso de tierra y las paredes de adobe, el tiempo se movía al ritmo lento y seguro de sus manos. El corazón de la cocina era un fogón de piedra y ladrillos, donde la leña y el carbón chisporroteaban bajo una olla de barro que parecía más antigua que ella misma.
Verla preparar el chilatole en su olla de barro, era una lección de paciencia y amor. Con un movimiento lento y seguro, molía el maíz en un metate, liberando su esencia ancestral, y luego lo vertía en el agua hirviendo. Mientras el caldo tomaba consistencia, se inclinaba sobre el fuego, su rostro iluminado por las brasas del carbón y la leña, y me contaba historias. No eran cuentos de hadas, sino de maíz: me hablaba de su origen, de los dioses que lo entregaron a los hombres, y de la energía que ha sostenido a nuestro pueblo por siglos. Su voz era un hilo que conectaba el pasado prehispánico con el calor de ese humilde fogón.
Cuando añadía los chiles verdes, el epazote y el ajo, el aroma se intensificaba, llenando cada rincón de la casa. Era una fragancia vibrante, picante y reconfortante. Mi abuela lo mezclaba todo con una cuchara de madera, y yo la veía sonreír, una sonrisa que irradiaba la alegría de quien sabe que está creando algo más que un platillo. Estaba tejiendo un vínculo, un acto de nutrición que iba del alma al cuerpo.
El momento culminante llegaba cuando servía el chilatole. Llenaba los tazones de barro con una generosidad inmensa, y el vapor que se alzaba me calentaba el rostro. Me lo ofrecía con los ojos llenos de una calidez que no solo era por el vapor del guiso, sino por el placer de compartir. En ese tazón no había solo maíz y chile; había siglos de historia, la paciencia de sus manos y la inmensa alegría de una abuela que, a través de un platillo, ofrecía el más puro amor. Es un recuerdo que, como el chilatole, me sigue alimentando hasta hoy.
