La autora Marta Eugenia García, de la obra, “Los católicos y el presidente Calles” nos dice que, en la década de 1920 en México, estuvo marcada por un intenso conflicto entre el gobierno y la Iglesia Católica, conocido como la Guerra Cristera, enfrentamiento que surge en consecuencia de leyes anticlericales y reformas constitucionales que limitaban la influencia de la Iglesia en la vida política y social del país.
El presidente Plutarco Elías Calles lideraba el gobierno revolucionario y buscaba manejar la crisis. Consciente de las tensiones y la cercanía de la sucesión presidencial, su estrategia fue compleja, buscando alianzas y conexiones con grupos armados, algunos vinculados al general Obregón; su habilidad política radicaba en la capacidad para gestionar tensiones internas como las implicaciones de la guerra cristera en la sucesión presidencial. Hubo intentos de establecer diálogos y negociaciones entre los católicos y el gobierno, conversaciones que se centraron en condiciones específicas, como la solicitud presentada al Congreso, y en la insistencia de elecciones “libres” como condición para la paz. La situación política y necesidad de manejar el conflicto se volvieron importantes en un contexto en el que la estabilidad política estaba entrelazada con la resolución de la crisis religiosa.
De acuerdo a la autora Ana María Serna, en su obra “La calumnia es un arma, la mentira una fe”. Revolución y Cristiada: la batalla escrita del espíritu público.”, nos comenta que
1920 en México existió la Guerra Cristera, enfrentamiento entre el Estado mexicano, el presidente Plutarco Elías Calles, y la Iglesia Católica. Se desencadenó una serie de eventos que dejaron huella en la sociedad mexicana, la violencia, el discurso revolucionario, el papel del periodismo y la participación activa de los lectores contribuyeron a la formación y transformación de la esfera pública en México. El conflicto se enmarcó en actos de censura, represión y violencia por parte del Estado, quienes justificaron estas acciones como parte de una visión revolucionaria progresista. Desde este punto de vista, la lucha contra la Iglesia católica se presentaba como una responsabilidad revolucionaria, un triunfo sobre el mal y una defensa contra el fanatismo.
García explica que, dentro de la Iglesia Católica, se evidenciaron divisiones en la jerarquía sobre cómo abordar el conflicto. Algunos líderes católicos estaban dispuestos a negociar, mientras que otros adoptaban posturas más radicales. La referencia al respaldo del Vaticano sugiere la importancia de la diplomacia religiosa en este contexto, con una influencia significativa en las decisiones de la jerarquía católica.
La guerra continuó de manera despiadada, con ambas partes, las fuerzas federales y los cristeros, recurriendo a tácticas duras y fusilamientos. La violencia persistente reflejaba la profundidad de las tensiones y la falta de compromisos a corto plazo, subrayando la complejidad del conflicto y la difícil búsqueda de soluciones en medio de posturas inflexibles. La preocupación por la sucesión presidencial y la estabilidad política resaltan cómo estos factores influyeron en las decisiones estratégicas. Elías Calles buscaba controlar el conflicto para evitar que afectara negativamente al proceso electoral y a la estabilidad del país, pues el cambio de liderazgo en medio de una crisis podría tener consecuencias impredecibles y, por lo tanto, gestionar la transición política se volvía decisivo.
Cambios especialmente en la transformación de la Acción Católica en un órgano del episcopado, perdiendo su agresividad política original, derivando en ajustes dentro de la Iglesia en respuesta a los desafíos y cambios en la dinámica del conflicto. Se observa cómo los eventos específicos en regiones como Querétaro reflejan la complejidad de la situación, mostrando la intersección de factores políticos, religiosos y regionales.
El conflicto comenzó a gestarse con la aplicación de la Ley Calles en 1926, que restringía las actividades religiosas en México. Las tensiones aumentaron con las medidas anticlericales del gobierno, llevando a la resistencia de sectores católicos. El inicio de la lucha armada se marcó con el levantamiento de grupos cristeros en el estado de Guanajuato en diciembre de 1926. Este momento simbolizó la resistencia armada contra las políticas anticatólicas. La imposición de las leyes anticlericales provocó una ruptura significativa entre la Iglesia Católica y el Estado mexicano. La jerarquía católica rechazó estas medidas y, en algunos casos, respaldó abiertamente la resistencia armada. El gobierno mexicano, bajo la dirección de Plutarco Elías Calles, respondió con fuerza militar.
La autora destaca la astuta estrategia política de Calles para manejar la guerra de manera que no afectara la estabilidad política del país, especialmente durante la sucesión presidencial. El conflicto expuso divisiones dentro de la jerarquía católica respecto a la mejor manera de abordar el conflicto. Algunos líderes abogaban por la negociación, mientras que otros adoptaban posturas más radicales. La negociación se convirtió en un tema crucial durante varios momentos del conflicto. Tras el asesinato del general Obregón, el gobierno de Calles mostró apertura al diálogo. La apertura de algunos templos en 1928 y la posterior negociación entre representantes de la Santa Sede y el presidente Emilio Portes Gil llevaron a acuerdos conocidos como “Modus Vivendi”.
En junio de 1929, después de intensos combates y presiones, algunas fuerzas cristeras comenzaron a rendirse. Este periodo de rendiciones, marcado por la negociación y la entrega de armas, culminó en la firma de los acuerdos que buscaban poner fin al conflicto. La conclusión de la guerra llevó a la transformación de la Acción Católica y a divisiones internas dentro de la Iglesia. Mientras algunos continuaron luchando civilmente por la libertad religiosa, otros aceptaron condiciones que dispersaron y debilitaron el movimiento, a pesar de la firma de acuerdos y la aparente conclusión del conflicto, persistieron tensiones sociales y políticas. La autora menciona el surgimiento de la “segunda cristiada” en los años treinta, un movimiento antiagrario influenciado por los conflictos previos.
Por otra parte, Ana María Serna, en su obra “La calumnia es un arma, la mentira una fe”. Revolución y Cristiada: la batalla escrita del espíritu público”, el periodismo emergió como un actor crucial durante la Guerra Cristera. Los medios de comunicación se alinearon tanto con el gobierno como con la Iglesia, convirtiéndose en vehículos para la expresión de opiniones y la difusión de narrativas específicas. Algunos medios apoyaron las acciones del presidente Calles, mientras que otros denunciaron la persecución religiosa, revelando una polarización en la esfera pública.
La verdad se convirtió en una herramienta estratégica, manipulada por ambos lados para legitimar sus acciones. La interpretación selectiva de los hechos influyó en la construcción de narrativas que buscaban respaldo y justificación. La opinión pública se vio afectada por estas representaciones, contribuyendo a la fragmentación social y al debate público.
Respecto a la esfera pública, no fue solo un espectador, sino que se configuró a través de la participación activa de los lectores, sus respuestas, expresadas en cartas y correspondencia dirigida al presidente Calles, reflejaron una diversidad de perspectivas que influyeron en la narrativa general, los lectores se convirtieron en constructores cruciales de la esfera pública, aportando a debates que definieron el rumbo del conflicto.
La educación también desempeñó un papel fundamental en la configuración de la esfera pública, mientras el gobierno implementaba proyectos educativos, la Iglesia aprovechaba el púlpito y distribuía publicaciones católicas en parroquias, la lectura se volvió esencial para la formación de opiniones, y los archivos presidenciales evidencian cómo la prensa se convirtió en transmisora clave de información y perspectivas.
El gobierno de Elías Calles implementó medidas anticlericales, buscando limitar la influencia de la Iglesia católica en asuntos políticos y sociales, iniciando tensiones entre el Estado y la Iglesia, generando el contexto para la Cristiada. La sociedad católica respondió de manera intensa a las medidas anticlericales, este periodo se caracterizó por manifestaciones de oposición, tanto pacíficas como violentas, por parte de grupos católicos que defendían su fe y resistían las políticas del gobierno. La escalada de tensiones culminó en un conflicto armado conocido como la Cristiada. Grupos católicos, también conocidos como cristeros, se levantaron en armas contra el gobierno en defensa de sus creencias religiosas y la libertad de práctica religiosa. Durante la Cristiada, los medios de comunicación desempeñaron un papel crucial, la prensa afín al gobierno como la vinculada a la Iglesia utilizaron estrategias para manipular la información y moldear la percepción pública.
La lucha ideológica también se libró en el ámbito mediático. La sociedad participó activamente en la configuración de la esfera pública durante la Cristiada. Los lectores expresaron sus opiniones a través de cartas y periódicos, reflejando una diversidad de perspectivas que desafiaron las narrativas unilaterales y contribuyeron al debate público.
La educación y el analfabetismo fueron aspectos relevantes. Mientras el gobierno implementaba proyectos educativos, la Iglesia utilizaba su influencia para distribuir publicaciones católicas. La alfabetización se convirtió en un factor determinante en la formación de opiniones y en la participación de la sociedad. La Cristiada dejó consecuencias significativas en la sociedad mexicana. A medida que el conflicto avanzaba, se buscaron soluciones para poner fin a la violencia. Se destacó la complejidad de este periodo, donde la confrontación no solo fue militar, sino también social, ideológica y mediática.
La Cristiada fue una etapa complicada en México que involucró conflictos sociales y bélicos debido a cambios en las políticas del gobierno, especialmente en relación con la Iglesia católica. La autora Ana María Serna, en su obra “La calumnia es un arma, la mentira una fe”. Revolución y Cristiada: la batalla escrita del espíritu público” describe la cristiada como un periodo donde hubo una fuerte confrontación entre el Estado y la Iglesia, generando tensiones significativas en la sociedad mexicana, en ese tiempo, el gobierno liderado por Plutarco Elías Calles implementó medidas anticlericales, buscando limitar la influencia de la Iglesia en asuntos políticos y sociales, se provocó una respuesta intensa de sectores católicos que se opusieron a estas acciones, dando lugar a un conflicto armado conocido como la cristiada, durante este conflicto, se desencadenaron situaciones violentas en las que tanto el gobierno como los grupos católicos defendieron sus posturas de manera enérgica.
La autora también destaca que la cristiada no solo fue una guerra militar, sino un fenómeno social complejo que involucró la participación activa de la sociedad, los lectores, a través de cartas y opiniones expresadas en periódicos, jugaron un papel importante en la configuración de la esfera pública, reflejando una diversidad de perspectivas y opiniones que desafiaron las narrativas unilaterales.
Otro aspecto señalado por la autora es la manipulación de la veracidad en el discurso periodístico, tanto los medios afines al gobierno como los ligados a la Iglesia utilizaron estrategias para moldear la percepción pública, seleccionando hechos de manera selectiva y presentándolos de acuerdo con sus propias agendas políticas e ideológicas, la educación y el analfabetismo jugaron un papel clave en la configuración de la esfera pública durante la cristiada, mientras el gobierno implementaba proyectos educativos, la Iglesia utilizaba su influencia para distribuir publicaciones católicas, evidenciando la importancia de la alfabetización en la formación de opiniones.
García destaca la astuta estrategia política del presidente Plutarco Elías Calles, explicando cómo Calles manejó cuidadosamente el conflicto para evitar que afectara la sucesión presidencial y la estabilidad política. Calles buscó alianzas con grupos armados vinculados al general Obregón, revelando la complejidad de la política mexicana en ese momento; señala las divisiones dentro de la jerarquía católica frente a la guerra, algunos líderes estaban dispuestos a negociar, mientras que otros adoptaban posturas más radicales, la referencia al respaldo del Vaticano destaca la influencia de la diplomacia religiosa en las decisiones de la Iglesia Católica; se describe la continuidad de la violencia durante la guerra, evidenciando las tensiones profundas y la falta de compromisos inmediatos. T
anto las fuerzas federales como los cristeros recurrieron a tácticas duras y fusilamientos, mostrando el carácter despiadado del conflicto, la transformación de la Acción Católica en un órgano del episcopado, adaptación dentro de la Iglesia refleja la respuesta a los desafíos y cambios en la dinámica del conflicto, perdiendo su agresividad política original, las realidades específicas en regiones como Querétaro, destacando que la conclusión de la guerra no condujo automáticamente a la reconciliación. Las divisiones persistieron, generando resentimientos entre las filas católicas y la sociedad política en la década siguiente. Las condiciones para la negociación establecidas por los católicos, resaltando la petición al Congreso y la insistencia en la garantía de procesos electorales “libres”, reflejando la búsqueda de compromisos para alcanzar una paz duradera.
Bibliografía
Serna, Ana María. “” La calumnia es un arma, la mentira una fe”. Revolución y Cristiada: la batalla escrita del espíritu público.” Cuicuilco 14.39 (2007): 1-30.
Ugarte, Marta Eugenia García. “Los católicos y el presidente Calles.” Revista Mexicana de Sociología (1995): 2-26
Imagen
Tatehuari el 01 de Junio de 2007 – Museo Nacional Cristero, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=2187593
