Categoría: Filosofía

Por: AZAEL ALONZO MOGUEL / Fecha: diciembre 29, 2025

Examinemos la idea y expectativa del pueblo hebreo respecto de un Dios que reinará sobre ellos, eternamente y para siempre.

Antecedente de las religiones modernas, parte II.

El monoteísmo hebreo. El reinado de Dios sobre su pueblo.

Estamos ahora asombrándonos al monoteísmo hebreo a efecto de intentar comprender mejor las religiones modernas y dominantes, judaísmo, cristianismo e islam. Como comentamos, antes de adentrarnos en al origen del cristianismo, nos detendremos un poco en esa idea y expectativa del pueblo hebreo respecto de un Dios que reinará sobre ellos, eternamente y para siempre. Encontramos en esta afirmación cómo va tomando forma la idea de un poder celestial o espiritual ajeno a los poderes terrenales. Recordemos que el imperio dominante impondrá a sus súbditos su divinidad principal, pero los hebreos, liberados de un poder terrenal, los egipcios, ahora tienen la expectativa de que alguien reina y reinará para siempre sobre ellos. Ese dios no es uno de varios, sino el único Dios, como recita el Shema de los judíos hasta hoy: Oye Israel, el Señor nuestro Dios (Adonai) uno es. El nombre impronunciable de YHWH, además de enfatizar su trascendencia, subraya el hecho de que el ser humano no puede poseer o manipular a ese Dios, ya que, en la idea de los hebreos, conocer el nombre de una persona significaba de algún modo poder situarlo y disponer de esa persona, además de ubicarlo y diferenciarlo de otras (González 274). Con el tiempo se fue acentuando esta idea de un Dios único y universal que por lo tanto al no tener semejante ni competencia, no necesita de un nombre propio, así respondió el mismo Dios a Moisés de acuerdo con la tradición hebrea cuando este osó preguntar precisamente por su nombre: YO SOY EL QUE SOY (Éxodo 3:14)[1]

Un momento que refuerza la narrativa de un Dios que desea reinar sobre su pueblo escogido, a su manera y sin competencia, se da cuando el pueblo pide un rey al profeta Samuel, “para ser como los demás pueblos”. En el ámbito de lo político, digamos, el mismo libro de Samuel narra que los ancianos de Israel fueron testigos de la corrupción de los hijos del profeta: “se fueron tras la avaricia, dejándose sobornar, pervirtiendo el derecho” (1. Samuel 8:1-7). Pero la petición de los ancianos que se están anticipando a la muerte del profeta que había sido un juez honesto, y quedar ellos como pueblo a expensas de sus hijos corrompidos, no agradó ni al profeta ni a Dios, quien es categórico en su respuesta a la oración de Samuel: “no te han desechado a ti, sino a mí, para que no reine yo sobre ellos”. Sobre este asunto necesitaremos regresar a ver si comprendemos mejor la postura del Dios de Israel.  ¿O sea, que es él quien reina sobre su pueblo, pero a través de un ser humano, o cómo es que reinaba sobre ellos? ¿Qué iba a hacer Dios con respecto a los hijos de Samuel? ¿O simplemente, como resumía Pablo, el apóstol del siglo I, todo sucedía para dejar el Dios de Israel enseñanza a los futuros cristianos? (Romanos 15:4).

Esta exclusividad de la divinidad en Israel la resume aproximadamente un milenio después el profeta Isaías: Yo mismo soy, antes de mí no fue formado Dios ni lo será después (Isaías 43:10), Yo soy el primero y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios (44:6), Yo soy YHWH, y ninguno más hay, no hay Dios fuera de mí. Otra vez, la importancia de remarcar esta idea de un Dios único y universal que reina sobre su pueblo es que se va formando en Israel la idea de la imposibilidad de un poder distinto sobre ellos. Para nosotros en Occidente es importante ir considerando esto porque nuestras religiones modernas son de alguna manera el producto de esta evolución en cuanto a la creencia en la divinidad. Si bien es cierto hay una inmensa brecha entre la creencia original digamos, la de Israel con la del actual cristianismo y por supuesto con la del islam, la raíz de nuestro pretendido monoteísmo está aquí, en el Dios de Israel.

Ahora bien, aunque ese Dios no está ligado, sino que está fuera y por encima de todo poder terrenal, si hay un paralelismo terreno en la idea de que si es rey es porque tiene súbditos, tiene un pueblo sobre el que reina, ¡nosotros! dirían los israelitas (los de aquel tiempo a.C.).

Para terminar, remarquemos la idea que aquí exponemos con un último comentario: En la narrativa de los profetas encontramos que será Israel como pueblo la puerta de entrada para todas las naciones de la tierra a ese reino; especialmente el profeta Oseas dijo:

Con todo, será el número de los hijos de Israel como la arena del mar, que no se puede medir ni contar. Y en el lugar en donde les fue dicho: Vosotros no sois pueblo mío, les será dicho: Sois hijos del Dios viviente (Oseas 1:10). Y, a la no amada se dirá amada (Interpretación de Pablo en Romanos 9:25)

Esto es, de alguna manera los ajenos al pueblo de Israel “se convertirán a ellos”, para cobijarse bajo el reino del Dios único y universal, y entonces reinará la paz, terminará la opresión y la violencia que los imperios ejercen sobre sus súbditos. Ahora estará la humanidad bajo el imperio de un rey justo y bueno, el Ungido anunciado desde Moisés. Y se cumplirá así la promesa divina al arameo Abram: “Y serán benditas en ti, todas las familias de la tierra” (Génesis 12:3).

Bibliografía.

  • González, Antonio. 2020. Buscar a tientas, una reflexión sobre las religiones. Barcelona: Ediciones Biblioteca Menno.
  • Biblia Versión Reina-Valera, 1960.

[1] Todos los textos tomados de la Biblia Reina-Valera, 1960.