La historia del siglo XIX mexicano se puede explicar en su totalidad analizando la biografía de tres hombres. Antonio López de Santa Anna, Benito Juárez y Porfirio Díaz.
Santa Anna, originalmente realista, después imperialista, republicano, federalista y por último dictador que protagonizó la vida política de la joven nación mexicana cambiando de bandera un día sí y otro también; estudiando su biografía es posible adentrarnos al inestable escenario político mexicano hasta la mitad del siglo XIX.
Benito Juárez encabezó a una brillante generación de intelectuales y políticos mexicanos que presenciaron la transición del territorio de la Nueva España al México independiente.
Las innumerables guerras civiles, la pérdida de más de la mitad del territorio por causa de una guerra de conquista contra el vecino del norte y a su vez se convirtieron en la resistencia contra el imperialismo europeo. Es esta la generación que fundó lo que hoy en día conocemos como la república restaurada, arrebatándole el poder político a las élites económicas que buscaban imponer a un monarca europeo.
Pero el proyecto juarista no pudo completarse debido a la repentina muerte del presidente y a la derrota y exilio de Lerdo de Tejada a manos del que se consideraba a sí mismo como el único capaz de tomar las riendas del país para establecer el orden y progreso, Porfirio Díaz.

No existe en la historia de México un personaje que levante opiniones más contradictorias en la población. Para muchos es un patriota, para otros un dictador que traicionó sus ideales por causa de su ambición de poder. Lo cierto es que Díaz puso la primera piedra sobre la que se solventa lo que somos como nación política.
Económicamente hablando, Díaz fue un hombre de su tiempo, que al final fue incapaz de comprender los fenómenos socioeconómicos que surgieron con la llegada del siglo XX y que lo obligaron a embarcarse con su familia en el puerto de Veracruz para nunca más volver a su patria.
El Porfiriato es una de las etapas de construcción de la nación de mayor complejidad en la historia mexicana. Este periodo tomó a la fuerza el relevo de la república restaurada juarista que aún no consolidaba un proyecto de nación estable. Fue el ilustre general oaxaqueño el que llevó a una nación mexicana en ruinas (después de más de medio siglo de guerras internas y contra el intervencionismo extranjero) a conseguir el primer superávit económico de su historia.
La “Pax Porfiriana”, ¿fue el instrumento diseñado como una estrategia política para estabilizar al país o un método coercitivo para mantener el poder absoluto y convertir a México en una dictadura? Cuestionamientos comunes cada vez que se analiza la vida del ilustre oaxaqueño.
Es claro que Díaz fue un hombre pragmático, establecía acuerdos con caciques regionales o imponía jefes políticos otorgándoles todo tipo de concesiones para crear una red política que le permitiera gobernar con amplitud y someter cualquier levantamiento en su contra. Del mismo modo, buscó acercarse y establecer relaciones políticas mediante nombramientos con la intelectualidad de la época, que, a su vez, fueron su soporte en el diseño de exitosas campañas de alfabetización y creación de instituciones educativas.
El pragmatismo de Díaz le permitió atraer a la élite económica mexicana que anteriormente había enfrentado en los campos de batalla para iniciar un periodo de reconstrucción nacional. La inversión extranjera fue un objetivo primordial en la construcción de infraestructura que permitiera principalmente conectar de manera eficiente las principales ciudades del país y esto lo consiguió promoviendo concesiones muy ventajosas para el capital extranjero.
Según Garner, a pesar del triunfo del liberalismo en 1867, el proyecto liberal en México — el establecimiento de instituciones representativas, la secularización de la sociedad civil y el fortalecimiento del «mercado libre» en una economía poscolonial— se erguía aún sobre cimientos frágiles. Es dentro de este contexto cómo debe entenderse el carácter del régimen de Díaz y cómo deben evaluarse sus logros (Garner, 2015).
Asimismo, el principal objetivo del régimen de Díaz fue garantizar la estabilidad política; era vital establecer, primero y más importante, un período de paz interna. Esta fue la tarea central y más relevante de la primera administración de Díaz y siguió siendo una prioridad a lo largo de todo el régimen. Sus apologistas contemporáneos (y la subsecuente historiografía porfirista) consideraban el establecimiento de la paz porfiriana como uno de los logros principales, y fue la justificación de mayor peso para las sucesivas reelecciones posteriores a 1884.
Sin embargo, a pesar de estas confiadas aserciones con respecto al establecimiento definitivo de la paz, no deja de ser claro que, a lo largo de la existencia del régimen, la paz política distaba de ser total. El régimen se veía afectado continuamente por turbulencias que variaban desde las rebeliones regionales hasta la agitación política contra la reelección (Garner, 2015).
El estado de esclavitud de los trabajadores en Valle Nacional en Oaxaca, los campos henequeneros del Yucatán, el despojo de tierras a los pueblos de campesinos por parte de los hacendados. Además de las guerras de exterminio emprendidas contra los Yaquis y los Mayas y el asesinato de obreros en Cananea y Río Blanco, encendieron la chispa del descontento social que a la postre derivaría en el inicio de la revolución mexicana.
Díaz, ya convertido en dictador fue incapaz entender que el sistema económico que promovía estaba sustentado en la explotación del campesinado y la clase obrera a manos del poder de las élites nacionales y extranjeras que se originaron desde la apertura liberales capitalistas que trajeron las reformas juaristas per se.
El descontento de las clases bajas crecía por los abusos a los que eran sometidos de manera constante y un sector educado de las clases medias exigía ya un escenario político verdaderamente democrático, al cual Díaz y la nueva burguesía porfiriana no estaban dispuestos a abrirse.
Paradójicamente, fue Francisco Ignacio Madero, un miembro de la élite económica del norte del país, el que llamó a la población mexicana inconforme a tomar las armas contra la dictadura Porfiriana.
Díaz, un hombre de su tiempo
La gran obra de Porfirio Díaz fue conseguir establecer un periodo de estabilidad económica, aunque este fue soportado por la implantación de una política de mano dura, negociación e instauración de cacicazgos regionales y abusos de las élites empresariales nacionales y extranjeras en contra de obreros y campesinos.
El presidente Díaz fue incapaz de entender las demandas de las nacientes clases obreras, que tuvieron su origen en la incipiente aparición de la industria nacional y la migración en masa de la mano de obra proveniente de las regiones rurales hacia las urbanas.
El personaje continúa siendo objeto de análisis políticos en la actualidad. Las corrientes políticas contemporáneas atacan y defienden su obra según su conveniencia. Díaz fue uno de los constructores de la nación, eso no está a discusión; sin embargo, fue incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos que nacían con el siglo XX.
Referencias.
Garner, P. (2015). Capítulo 4. Liberalismo pragmático 1876-1884. En P. Garner, Porfirio Díaz. Entre el mito y la historia. (págs. 113-152). México: Crítica.
Garner, P. (2015). Capítulo 7. Pagando el orden y el progreso. Desarrollo económico y social: 1876-1911. En P. Garner, Porfirio Díaz. Entre el mito y la historia. (págs. 235-278). México: Crítica.
