En la historia de la humanidad no ha habido una transformación socioeconómica tan grande desde la agricultura como lo fue la Revolución Industrial. El proceso de industrialización fue respaldado por diversos factores que crearon un escenario propicio para el surgimiento de un nuevo sistema económico. La Revolución Industrial es un proceso de cambios sustanciales dentro de las estructuras sociales que predominaban desde el inicio de la Época Moderna. Las transformaciones tecnológicas repercutieron en la creación de nuevos modelos productivos, migraciones y aparición de nuevas clases socioeconómicas. La Inglaterra de finales del siglo XVIII fue la responsable de una de las transformaciones sociales, económicas y políticas más importantes en la historia de la humanidad.

La Revolución Industrial ha sido objeto de estudio histórico desde diversas perspectivas políticas. Las tendencias conservadoras han descrito a este suceso como un proceso lento y gradual que no tuvo un impacto considerable en el desarrollo del naciente capitalismo. Sin embargo, la perspectiva marxista considera a la Revolución Industrial como un proceso acelerado que provocó cambios sustanciales en la manera de vivir de la humanidad en un corto periodo de tiempo (transición entre los siglos XVIII y XIX), teniendo a la explotación del hombre, la mercantilización del trabajo y la aparición del proletariado como sus consecuencias más visibles.
Según Hobsbawm, el argumento preferido contra la existencia de la Revolución Industrial es que el Capitalismo “tuvo su origen antes de 1760” y alcanzó su desarrollo pleno mucho después de 1830”. Es decir, que entre esos años se produjo a lo sumo una evolución acelerada, pero ningún cambio imprevisto (Hobsbawm 1988, 90); se trata de una visión no marxista que minimiza la aparición de la clase obrera y una nueva burguesía económica a partir de las transformaciones tecnológicas y la explotación obrera que sustentaron a la Revolución Industrial.
Ahora bien, la Revolución Industrial no fue un suceso que ocurrió súbitamente; en Inglaterra ya existían importantes regiones industriales en las que se producían mercaderías; sin embargo, es con la implementación de nuevas tecnologías y modelos de organización en manufactura que la Revolución Industrial transformó las incipientes fábricas en centros industriales. La nueva industria logró una tendencia ascendente sin precedentes en la producción, que, lejos de disminuir o estabilizarse, continuó creciendo aceleradamente.
El historiador Eric Hobsbawm sostiene en su obra <> que la revolución industrial británica no fue particularmente avanzada o científica; y es muy fácil demostrar que la tecnología y la ciencia necesarias para llevarla a cabo estaban ya disponibles en la década 1690-1700 o se encontraban al alcance, sin mayores esfuerzos, de la tecnología de ese período. Hobsbawm propone que la Revolución Industrial se vio motivada por condiciones dadas hacia fines del siglo XVII, entre las que se encuentran progresos en la agricultura, inclinaciones empresariales, el incremento demográfico basado en el aumento de la tasa de natalidad y disminución de la tasa de mortalidad. Debido al acelerado crecimiento industrial del siglo XVIII, los obreros se convirtieron en la clase predominante de la Gran Bretaña, por lo que el gobierno debía poner especial empeño en el amortiguamiento de tensiones sociales que pudieran llegar a motivar revoluciones. Desde esa época, la isla se ha caracterizado por apaciguar las confrontaciones a través de una gobernabilidad de reformistas moderados para llevar a cabo revoluciones silenciosas.
Se ha considerado la importancia de los avances tecnológicos sobre la Revolución Industrial; sin embargo, se le da poca importancia a dos factores fundamentales que fueron la base del crecimiento acelerado de la industrialización. En primer lugar, antes de la industrialización del siglo XVIII, Inglaterra era junto a Holanda la mayor potencia náutica comercial y militar del orbe. Esta posición de liderato mundial fue la consecuencia de la colonización de territorios en África, Asia y América, con quienes se creó la red de comercio más grande de la cual se tuviera registro. El comercio de esclavos hacia América significó un negocio por demás redituable para los traficantes británicos, que obtuvieron de esta actividad inmensas ganancias al vender y emplear la mano de obra africana esclava en las plantaciones de algodón, caña de azúcar, café, té y tabaco principalmente.

Otro factor fundamental en la expansión de la industrialización fue la enorme necesidad de productos manufacturados que demandaba la creciente población de la época, no solo en Gran Bretaña, sino en los territorios coloniales que carecían en ese momento de fábricas que proveyeran de herramientas para trabajar y productos de uso cotidiano. Según Eric Hobsbawm, hasta el año 1770, más del 90 por ciento de las exportaciones británicas de algodón fueron a los mercados coloniales, especialmente a África. La notabilísima expansión de las exportaciones a partir de 1750 dio su ímpetu a esta industria: entre entonces y 1770 las exportaciones de algodón se multiplicaron por diez (Hobsbawm s.f., 56).
Conjugando el avance tecnológico, un escenario propiciado por las condiciones mercantiles existentes, el factor humano fue la chispa que hizo funcionar a la nueva industria. Los artesanos británicos se convirtieron en los primeros técnicos que impulsaron a la naciente industrialización británica, hombres y mujeres con experiencia en el trabajo de talles transformados en los originales técnicos e ingenieros industriales del mundo. La industrialización británica se desarrolló principalmente en la manufactura de telas de algodón la extracción de hierro
La Revolución Industrial convirtió a Gran Bretaña en la potencia mundial más importante y vigorosa del mundo, a través de la cual se construyó el sistema capitalista moderno basado en el intercambio libre de capital internacional y bienes de consumo. La industrialización acelerada que experimentó la Gran Bretaña entre la transición del siglo XVIII al XIX se vio afectada sustancialmente por un nivel de mercantilismo naval forjado 200 años atrás; este, a su vez, respaldado por el comercio intercontinental con los territorios coloniales en Asia, África, América y sus otrora colonias como los Estados Unidos. Es a partir de la aparición de la moderna industrialización del siglo XVIII que se establece el capitalismo como un nuevo sistema económico, basado en la propiedad privada y la mercantilización del trabajo humano, en donde la influencia del Estado es igualada (e incluso superada) por los grandes industriales, sustentados en una súbita acumulación de capital.
Desde su surgimiento, a la par de la acumulación de riqueza de los industriales, el sistema capitalista mostró su peor cara en las condiciones de explotación y pobreza en que subsistió la naciente clase obrera británica. Los artesanos se transformaron en sudorosos operadores de maquinaria que intercambiaban su trabajo por salarios miserables, misma suerte que compartieron las mujeres y niños que hicieron funcionar la maquinaria del algodón, el hierro y el carbón de la Revolución Industrial.
Referencias
Chaves Palacios, Julián. «Desarrollo tecnológico en la primera revolución industrial». Norba. Revista de Historia, 2004: 93-109.
Hobsbawm, Eric. En torno a los orígenes de la Revolución Industrial. Madrid: Siglo veintiuno, 1988.
