Categoría: Filosofía

Por: ANDRES ALFREDO GARCIA TRINIDAD / Fecha: diciembre 22, 2025

En la actualidad lo cotidiano se ha vuelto estético: desde el diseño de una simple taza hasta la creación de perfiles en redes sociales, estamos rodeados de imágenes cuidadosamente combinadas.

En la actualidad lo cotidiano se ha vuelto estético: desde el diseño de una simple taza hasta la creación de perfiles en redes sociales, estamos rodeados de imágenes cuidadosamente combinadas con otras, con colores armonizados, gestos refinados. Esta estetización de la vida común nos plantea la pregunta de si realmente estamos cultivando una sensibilidad artística o simplemente estamos habitando un simulacro.

Jean Baudrillard, en Cultura y simulacro, advertía que en la era posmoderna el simulacro no solo es una forma de representar la realidad, sino que incluso la reemplaza, creando una hiperrealidad. En este sentido, las identidades digitales sirven como simulacros que, al ser captados como más reales que el yo físico. El simulacro no es una copia de lo real, sino una copia sin original. La estetización, en este sentido, no busca entonces expresar la experiencia, sino camuflarla. Lo bello se transforma en una fórmula, un estilo, en algoritmo. La vida es solo un escaparate.

La estetización cotidiana tiene sus orígenes en la modernidad a partir de que el arte comenzó a salir del museo para instalarse en el diseño, la publicidad, y la moda. Con los medios tecnológicos, esta tendencia se ha acentuado. Por ejemplo, las redes sociales no solo permiten compartir experiencias, sino que está la exigencia de que esas experiencias sean visualmente llamativas o el público destino no les pondrá atención: la espontaneidad se reimprime, la intimidad se ilumina, el gesto se publica. Uno vive para ser visto.

Ontológicamente, este cambio tiene implicaciones: si todo debe ser estético, ¿qué sucede con lo no atractivo, lo trivial, lo imperfecto? ¿Dónde queda lo que no puede ser representado o mostrado? La estetización, así, puede convertirse en una manera de censura porque lo que no se acopla al canon estético se excluye, se menosprecia o se invisibiliza.

No obstante, no todo parece ser simulacro. Existe una posibilidad liberadora en la estetización. Como sugería Walter Benjamin, en La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, la difusión del arte puede crear nuevas formas de sensibilidad, nuevas formas de expresión. Por lo tanto, el problema no es que lo cotidiano se convierta en algo estético, sino que lo estético se vuelva superficial, insustancial. Entonces la diferencia consiste en la profundidad. El simulacro seduce sin exigir; nos mantiene ocupados, pero no atentos. La estetización de la vida cotidiana se vuelve una forma de anestesia: todo se ve bien, pero nada se experimenta, todo se exhibe, pero nada se expresa. En cambio, el arte transforma porque interroga, ya que incomoda, porque expone, pues nos invita a la reflexión.

Ante esta situación, pensar lo estético, no como un ornamento, sino como una manera de verdad, nos puede ayudar a recuperar el arte como experiencia, como pregunta, como una expresión que desestabiliza. La misión del arte, desde esta óptica, es reivindicar lo cotidiano no como un simple espectáculo banal, sino como una herramienta que nos otorgue la posibilidad de darle sentido a nuestra vida.

Referencias

Baudrillard, Jean. Cultura y simulacro. https://raularagon.com.ar/biblioteca/libros/Baudrillard/Jean%20Baudrillard%20-%20Cultura%20y%20simulacro.pdf

Benjamin, Walter. La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. https://www.ucm.es/data/cont/docs/241-2015-06-06-Textos%20Pardo_Benjamin_La%20obra%20de%20arte.pdf