Categoría: Filosofía

Por: ANDRES ALFREDO GARCIA TRINIDAD / Fecha: diciembre 18, 2025

El lenguaje ha sido considerado desde hace mucho como una herramienta para describir la realidad. La cuestión que debemos plantearnos es si solo la describe o también la crea. 

El lenguaje ha sido considerado desde hace mucho como una herramienta para describir la realidad. La cuestión que debemos plantearnos es si solo la describe o también la crea. Esta pregunta recorre la filosofía del lenguaje desde Platón hasta Wittgenstein, y cobra relevancia en el mundo actual, donde el discurso no solo informa, sino que construye identidades, fabrica estructuras y delimita lo que puede ser pensado. Desde esta óptica, el lenguaje no es neutro, sino poder.

En su diálogo Crátilo, Platón ya nos hacía vislumbrar que las palabras no son solo signos arbitrarios, sino que albergan una relación profunda con las cosas. Más tarde, Wittgenstein en Investigaciones filosóficas sugería que el significado de una palabra está en su uso, en el juego de lenguaje de que es parte. Esta idea ha transformado radicalmente nuestra comprensión. Hablar no es únicamente comunicar, sino actuar: cada palabra es una forma de intervenir en el mundo.

Por su parte, Michel Foucault llevó esa idea al terreno político. En sus análisis sobre el discurso, propuso que el lenguaje configura regímenes de verdad; es decir, establece lo que puede decirse, lo que puede pensarse, lo que puede hacerse. Visto así, el poder no solo se ejerce con leyes o armas: se define también con palabras que designan lo normal, lo legítimo, lo real. Nombrar es dominar: quien controla el lenguaje, domina el horizonte de lo posible.

Las ideas anteriores podemos encontrarla en nuestra vida cotidiana de múltiples formas. Por ejemplo, los medios de comunicación no solo informan, construyen narrativas: decir “vivimos en una dictadura” en lugar de “vivimos en un gobierno donde la oposición es débil” ya denota una postura, una interpretación, una política. El lenguaje médico, el lenguaje jurídico, el lenguaje académico, entre otros, todos demarcan lo que cuenta como verdad en sus respectivos ámbitos. Incluso en el lenguaje popular encontramos metáforas y giros que demuestran rebeldías y deseos imaginarios.

No veamos, sin embargo, el poder del lenguaje como una herramienta opresiva, sino también como una herramienta emancipadora. El lenguaje nos brinda el poder de nombrar lo innombrable, de visibilizar lo oculto, de resignificar lo estigmatizado. Todos ellos son actos de resistencia. Por ejemplo, el feminismo ha mostrado cómo el lenguaje puede ser un mecanismo de transformación: al señalar el acoso, evidenciar el patriarcado, resaltar la sororidad, se crean espacios de conciencia y acción. Asimismo, la filosofía, al concebir conceptos, acrecienta nuestro campo de reflexión.

Cada palabra se convierte así en un soldado en un campo de batalla, en una posibilidad de sentido. Cuidar el lenguaje no es solo una labor estética, sino ética. Nos involucra a preguntarnos qué mundo estamos construyendo con nuestras palabras, qué relaciones se legitiman, qué estigmas se perpetúan, qué cosas ocultas siguen inadvertidas. Desde esta perspectiva, vemos que el lenguaje no solo construye visiones del mundo, también es una forma de lucha entre ellas. Como nos sugería Heidegger, el lenguaje es la casa del ser, de tal forma que el lenguaje influirá en el tipo de casa queramos habitar.  Nos motiva a reflexionar acerca de qué tipo de lenguaje queremos cultivar: ¿uno que simplifique, polarice, manipule, rechace? ¿o uno que escuche, que reflexione, que abarque, que incluya?