En el alma de la cultura humana, el lenguaje ha sido mucho más que un instrumento de comunicación: ha sido el medio por el cual se constituye el mundo, se articula la experiencia y se construye la comunidad. Desde Platón hasta Wittgenstein, los filósofos han debatido si el lenguaje es un reflejo de la realidad, la construye o simplemente la configura. En el presente, en la era de los modelos de lenguaje grandes (LLM), esta pregunta adquiere una nueva urgencia: ¿qué es el lenguaje cuando lo produce una máquina sin cuerpo, sin historia, sin mundo vivido?
Los LLM, como los que se encuentran en el corazón de los asistentes virtuales, sistemas de recomendación y generadores de texto, no logran una comprensión del lenguaje en el sentido humano. En ellos, no hay intenciones, ni emociones, ni contexto que provenga como experiencia del mundo real. Básicamente, funcionan sobre correlaciones estadísticas entre palabras, entrenados con cantidades ingentes de texto, y producen respuestas que emulan la forma del discurso humano. No obstante, ¿puede haber significado sin experiencia? ¿Puede haber sentido sin mundo?
Puesto desde una perspectiva fenomenológica, el lenguaje humano está enraizado en la vivencia. Husserl (1), a este respecto, consideraba que las vivencias o experiencias subjetivas son el fundamento para la comprensión de la existencia y la conciencia. Cuando decimos “dolor”, no utilizamos esa palabra para evocar una sola sensación única y específica, sino una gama de sensaciones, memorias, y contextos. En cambio, para uno de estos modelos de lenguaje, “dolor” es una serie de tokens que tiende a aparecer cerca de palabras como “hospital”, “herida” o “tristeza”. El lenguaje así se convierte en una superficie sin profundidad, una simulación sin encarnación, experiencia sin vivencia.
Este desfasamiento entre lenguaje y vivencia podría plantear desafíos éticos y sociales que motiven la reflexión. Por ejemplo, en el ámbito educativo, ¿qué significa enseñar a escribir cuando el alumno puede delegar esa tarea a una inteligencia artificial (IA)? En ese caso, ¿se estaría perdiendo algo esencial del proceso formativo, como la reflexión, el contraste de ideas, la construcción de la voz propia? En el periodismo, ¿cómo discernir una crónica escrita por un humano que realmente estuvo en el lugar de los sucesos de una generada por una IA que solo “sabe” a través de los datos generados por otros? En la política, ¿qué repercusiones habría cuando los discursos públicos son redactados por sistemas que favorecen la imagen y el impacto, pero que no responden a convicciones?
Aquí no se pretende ofrecer respuestas definitivas a estas preguntas, sino quizá motivar una reflexión sostenida. Si los LLM son capaces de generar lenguaje sin vivencias, sin corporeidad, sin intención, ¿qué sucede entonces con el lenguaje como expresión humana?, ¿qué se pierde o se gana con esos modelos?