La polis era entendida por Aristóteles y Platón como la matriz generadora de ciudadanos; es decir, la formación, la paideia, ocurría en las fricciones diarias dentro de la ciudad, en sus comercios, en sus conversaciones, finalmente en sus relaciones interpersonales. De ahí la preponderancia de este artificio realmente genial, el conglomerado humano, que pretendía funcionar como un organismo viviente, con sus partes, articulaciones, alimentaciones y excrecencias urbanas. A todo este contexto histórico, lleno de estabilidad y leyes, obviamente de manufactura humana, le ocurre una compensación que semeja una némesis, en el sentido hondo del término, que tiene que ver con sentirse indigno de algún suceso; este reflujo cultural, que al mismo tiempo es un contrapeso filosófico, aún más, si nos atenemos a las herramientas intelectivas dotadas por Platón: una antítesis dialéctica. Eso era en última instancia el cinismo. Una reacción, quizá compensatoria, como mencionamos, sobre una época que había creado sólidas estructuras legales e institucionales, anquilosantes desde una perspectiva más tendiente a las libertades individuales. La escuela del cinismo surge en este momento. Etimológicamente, el cinismo denota a los canes, es decir, era una filosofía de perros, entendido esto como una vuelta a lo salvaje y a los sustratos básicos del hombre:
Los cínicos intentaban “asilvestrar la vida”. Su marcha antiprometeica echa por tierra todas las conquistas técnicas y culturales. El segundo aspecto que la interpretación ha resaltado es la voluntad de transgresión y el espíritu «contestatario» de los cínicos. (Daraki, Romeyer, 2008)
El inicio de una marcha contrapelo de la historia iniciada míticamente por Prometeo, que le había robado a los dioses el don del fuego, que metafóricamente puede significar el don del lenguaje también, y la inherente formación de centros urbanos centrados en leyes e instituciones —cuyo punto más alto y utópico se encuentra en la República de Platón—. Esta marcha contracultural cínica, el asilvestrar la vida, volver a lo básico fisiológico, rompe con todos los esquemas establecidos, incluyendo el de la familia, promoviendo el incesto y la poligamia; el de la alimentación, fomentando el comer alimentos crudos, así como el canibalismo. En el contexto de la antigua Grecia, esto era algo subversivo, ya que la frontera entre civilización y barbarie era esa: los civilizados ofrecen los animales que van a cocinar en sacrificio a los dioses, además de respetar a lo que se conoce como familia nuclear. Los cínicos también rompían con la escritura, al declararse completamente orales. Desde luego que todo el cuerpo teórico del cinismo se contraponía antitéticamente con el Estagirita y Platón, propulsores de la sociedad legal y formadores de ciudadanos libres y responsables de su entorno social; quizá en lo único que podrían coincidir sería en el desprecio por la palabra escrita, que Sócrates promovía a su vez. El cínico era irreverente, pobre y asistémico.
Entiendo que dicha escuela encabezada por Diógenes Laercio —aquel que buscaba hombres en Atenas con su lámpara, sin éxito; o aquel que le decía a Alejandro que se moviera porque le tapaba el sol— era tan radical y extravagante que provocó el surgimiento de una corriente más moderada, y quizá más intelectual, la escuela de la Stoa —pórtico—, los estoicos, la cual no dice someramente:
No son las convenciones humanas, sino la misma naturaleza la que proporciona las normas más seguras; naturaleza que se revela así como una alternativa a la ley. (Daraki, Romeyer, 2008)
El rasgo fundamental de esta nueva tendencia, y que tendrá por madre al cinismo, no se parecerá en muchos aspectos, llegando incluso a contraponerse. El estoicismo, como dice Daraki, es vivir conforme a la naturaleza, y vincula a la naturaleza con la razón; ser natural es ser razonable, vivir conforme a la naturaleza es la sabiduría última, es decir, alcanzar la dignidad de la serenidad, la que ellos llamarían ataraxia. El modelo ético del estoico es el de una persona digna, fuerte, valiente, tranquila, que no se prestará fácilmente a las irreverencias cínicas; sin embargo, mantendrá un temple muy sólido, impertérrito: una odisea de la autarquía. Los estoicos, a diferencia de los cínicos, no eran tan propensos a la pobreza; al contrario, parecían vivir en medio de la riqueza y muy involucrados en temas políticos, muy al estilo de lo que enseñarían en la Academia el buen Platón. Su ataraxia puede empatarse con la contemplación del mundo de las ideas platónico.
Surge también el hedonismo epicúreo, una suerte de filosofía del placer, que nos interpela a vivir lo más placenteramente posible, según nuestras circunstancias:
El pensamiento de Epicuro, bajo cualquiera de las formas en que se nos presenta, nos habla siempre del atrincheramiento, de la búsqueda de lo cerrado, de la seguridad de la muralla; el hombre epicúreo es como una ciudad asediada que se encierra dentro de sus muros. (Daraki, Romeyer, 2008)
Los filósofos del Jardín, como se les conoció, eran filósofos que centraban su doctrina en el placer, pero de una manera muy inteligente y prudente, alejado por completo de los disolutos, es decir, el placer entendido como fin último de la existencia, lo cual quiere decir que en ciertas ocasiones es menester elegir el dolor para obtener un placer mayor y viceversa; a veces el placer inmediato nos ocasiona un dolor mayor, como es el caso de todos los excesos. Entonces aquí una ética fácilmente se puede empatar con la ética a Nicómaco, la ética que nos invitaba a la moderación, a la vía media; sin embargo, solo esta parte del cuerpo teórico del Estagirita lo podemos interpretar así; su teoría de sustancia y entelequia discrepan del epicureísmo. Para él, la sustancia —etimológicamente, lo que “subyace”, esto es la esencia— era totalmente independiente del placer, es decir, la verdad, la esencia, no dependía en absoluto del criterio sensible del placer o dolor, que para Epicuro era centro de su teoría; Epicuro era totalmente sensible. De igual modo, chocaría con Platón ya que para él, el mundo de los sentidos, el que Epicuro vinculaba al placer, de la materialidad, era vil comparado con el mundo inteligible, de las Ideas.
Epicuro, al mismo tiempo que invitaba a recogernos en un entorno cerrado, metáfora del jardín y de la individualidad gozosa, nos decía que era necesario desprenderse de la política y de la vida de las masas, y de todo el esfuerzo intelectual y moral que ello representaba; solo así se podía alcanzar la vida de los dioses. Obviamente, esta postura apolítica es antitética desde la perspectiva de la República de Platón, en la cual gran parte de los esfuerzos individuales van encaminados al beneficio del colectivo, es decir, se sacrifica —con gran molestia y dolor— la individualidad en pos del ser social. Este derroche Epicuro lo ve como inútil.
Las escuelas helenistas son un ejercicio importante de reflexión ética y moral, además de representar vetas vivas de pensamiento que se pueden aplicar a nuestra confusa y cambiante época que nos tocó vivir, tan llena de ansiedad e incertidumbre: parecen ofrecernos un oasis de vida buena y simple, de tranquilidad e indiferencia.
Referencia:
Daraki, María y Romeyer-Derbhey. El mundo helenístico: cínicos, estoicos y epicúreos. Ediciones Akal. Madrid. 2008.
