Categoría: Filosofía

Por: ALEJANDRO VILLANUEVA / Fecha: diciembre 18, 2025

Tentativa dialéctica de consumación de la metafísica con Hegel y Heidegger con su superación y clausura en Carnap.

La imbricación del sujeto cognoscente y la sustancia es en Hegel el punto de partida para la construcción de todo su edificio metafísico, incorporándose así mismo la dialéctica transformadora tanto del sujeto como de la materia. Tenemos entonces en Hegel la dialéctica fabricante de lo real, a partir de la razón. Esta gran fábrica, este sistema, entroniza a la razón como supremo garante de lo real y lo cognoscible. No hay duda de que el devenir dialéctico: propuesta de una tesis, que genera una antítesis mediante la crítica, desembocando en una síntesis superadora, la cual es al mismo tiempo una nueva tesis iniciadora del nuevo ciclo dialéctico. Todo este proceso, cuya única finalidad es alcanzar el horizonte máximo de lo real: el Absoluto; representa una apoteosis de la metafísica cuya esencia es la libertad misma. Más adelante, Heidegger hará una crítica total a la metafísica y renovará la pregunta por el ser, partiendo del supuesto de que el tiempo —filtro a través del cual contemplamos el mundo— es finito, en abierta contradicción con el horizonte temporal infinito de Hegel. Heidegger denominó Dasein al sujeto receptor del ser en su finitud, el cual en última instancia está configurado por una suerte de razón cuestionadora, generadora al mismo tiempo, una y otra vez, de aperturas. Carnap, con su análisis lógico del lenguaje, vendría a desmantelar toda posibilidad de continuidad de la metafísica, declarando su superación y clausura, al argumentar que las proposiciones que manejan estos sistemas no tienen sentido, porque no están basadas en hechos, ni siquiera en hechos de la consciencia; entonces el lenguaje no alcanza a dilucidar ningún sustantivo, imposibilitando la postulación de proposiciones; algo que sí hacen las ciencias fácticas.

La dialéctica hegeliana, como sistema omniabarcante, de alguna manera absorbía todas las contradicciones con su posibilidad de síntesis y le daba sentido racional, teniendo entonces un sistema totalizante de la realidad; de esa manera, parafraseando a Hegel, todo lo racional es real. En ese sentido, la metafísica era la expresión máxima o quintaesencia de lo real, siendo el Estado una consumación del conflicto dialéctico, que garantizaba, con el respeto a las leyes y las normas de convivencia, la supervivencia del colectivo. Entonces, en Hegel, lo colectivo forma parte primordial de su sistema metafísico; es decir, el Espíritu Absoluto se expresa a través de las consciencias individuales, las cuales, movidas por su esencia libertaria, irían cada vez más, a través de la Historia, puliéndose: escalando cada vez más hacia una consciencia racional Absoluta. La historia para Hegel es esa síntesis entre el sujeto y la sustancia: tanto el sujeto forma a la materia con su logos como la materia forma al sujeto y su consciencia, en una relación de pertenencia mutua.

Heidegger, por su parte, tendrá una relación ambivalente con la metafísica. Por un lado, la reivindica, afilando nuevamente sus puntos de partida, que para él será la pregunta por el ser que ha permanecido abandonada desde su simiente originaria en la Grecia antigua y continuando y permeando todo lo pensable. Este problema será fundamental para Heidegger y será una rica veta teórica que trabajará durante toda su vida filosófica. El abandono del ser que provoca la errancia de los entes es un signo y a la vez motor de la técnica moderna; de igual modo, la reificación de todo lo existente, incluyendo humanos y naturaleza: un mundo vacío de sentido en busca de una redención ontológica. Por otro lado, considera a la metafísica como totalmente caduca y proclama a Nietzsche como el último de los metafísicos, y a él como el estandarte de la nueva ontología, que embona directamente con el mundo heleno y su lenguaje. Es por esta razón que Heidegger estudia los conceptos griegos hasta sus últimas consecuencias, y propone una refundación de la ontología, que es al mismo tiempo una refundación de la filosofía. Otro concepto fundamental que aborda es el del tiempo finito, para los entes que son conscientes de su finitud temporal, a través del Dasein, sientes la presencia de la nada en todo lo dado, esta incomodidad, esta angustia, será para Heidegger el punto de inflexión entre el ente y el ser, la angustia como motor de sentido y dignificación, de ser autentico desde la finitud, la configuración de un ser que se cuide así mismo y su entorno, la sorge, llena de significación, plenitud, un ente que ha alcanzado su propósito— el cual es siempre buscarlo, y en la búsqueda encontrar nuevas aperturas y nuevas búsquedas, pero sobre todo estar atento a la interpelación ontológica— y autenticidad, la cual es vigilante del ser: Dasein.

El sistema hegeliano y la apertura ontológica heideggeriana convergen y divergen en distintos puntos teóricos. Parafraseando a Germán Gutiérrez: uno y otro podrían decir que el pensamiento del otro son momentos de sus respectivos cuerpos teóricos. En ese sentido, la búsqueda incansable de sentido y ser por parte del Dasein es de alguna manera la consciencia racional sintetizadora de Hegel, y el encuentro con el Ser sería el encuentro con el Absoluto; aunque los dos difieren con el concepto del Tiempo. Hegel partía de un horizonte temporal infinito, rimando perfectamente con toda la tradición metafísica, mientras que Heidegger se desgrana de dicha tradición, postulando un horizonte de significación temporal finito. El espíritu crítico hegeliano que parte de la negación para construir su dialéctica es similar al cuestionamiento continuo del Dasein; del mismo modo, parte de la negatividad para encontrar nuevos sentidos y autenticidad. Los puntos de partida de ambos son una interpelación. En el caso de Hegel, la interpelación sucede vía el Espíritu Absoluto, que invita al sujeto cognoscente a la toma de consciencia; en Heidegger, el Ser interpela al Dasein invitándolo a la autenticidad y la apertura. Del mismo modo, el concepto de errancia rima con los restos de la dialéctica, la basura de la Historia, fuera de esa síntesis totalizante que es el Absoluto; dicha errancia es el abandono del Ser para Heidegger; en Hegel se convierte en una especie de sobrante dialéctico, que queda lejos, en términos metafísicos, de la significación.

El periplo crítico de Carnap nos lleva hacia lugares de concreción y certeza fáctica. Para él solo existen los hechos, y cualquier proposición debe partir de ellos. Así mismo, toda proposición debe sobreponerse a un análisis lógico del lenguaje exhaustivamente; de lo contrario, corre el riesgo de ser falaz. La base teórica de todas las ciencias fácticas con proposiciones que son claramente compatibles con los hechos. Además, tienen que gozar de verificabilidad, y para poder verificarse tienen que partir de lo empírico. La estructura veritativa de las proposiciones tiene que cumplir así mismo con la sintaxis tanto lógica como gramatical, para ofrecer garantías fácticas y evadir las falacias. Como puede observarse, la metafísica difícilmente puede cumplir estos aspectos fundamentales y estructurales de las proposiciones fácticas, y mucho menos amoldarse a los regímenes analíticos lógicos que son necesarios para ser verificables; ya que, por la misma configuración de la metafísica, está condenada a nunca tener un ancla empírica, sino a partir siempre de la elucubración. Con esto Carnap clausura la metafísica, al mismo tiempo que la supera, dejando en el horizonte un amplio panorama abierto para las ciencias fácticas y el pensamiento crítico.

           

Referencias

  1. Grondin, Jean. “Capítulo X: Heidegger: la resurrección de la cuestión del ser, pero en nombre de una superación de la metafísica”. Introducción a la Metafísica. Herder. 2004.
  2. Carnap, Rudolf. “La superación de la metafísica mediante el análisis lógico del lenguaje”. El positivismo lógico. FCE. Madrid. 1993.
  3. Gutiérrez, Germán. “Metafísica y ética en el pensamiento de Hegel”. Utopía y Praxis Latinoamericana, revista internacional de filosofía iberoamericana y teoría social. Año 8. No. 21. 2003.