Desde un marco general dentro de la filosofía del lenguaje, los aparatos teóricos de John Searle y de Judith Butler pueden parecer referencialmente lejanos y con escasa relación. Sin embargo, las coincidencias entre ambos dentro de ese mismo marco no solo son abundantes, sino que representan una opción de apertura para abordar a ambos filósofos, y nos desentrañan al mismo tiempo una serie de nuevos esquemas para abordar las problemáticas del lenguaje, dejándonos una experiencia grata de aprendizaje y la opción de unir dialécticamente a otros pensadores en apariencia disímiles, arrojando un texto viable en términos epistémicos. El propósito de este ensayo es contribuir a dilucidar las diversas fuentes teóricas de las que se alimenta la performatividad de Butler; de ningún modo pretende ser reductor, ni plantear un origen único y absoluto de la performatividad, simplemente aportar nuevas vías de interpretación.
Los actos de habla de Searle derivan en la performatividad de Butler porque son convenciones, tienen intencionalidad y son instrumentos subjetivos. Existe un vínculo teórico, una línea conceptual que une ambas concepciones, representando más un prolijo y mutuo enriquecimiento que una reducción empobrecedora.
La forma en que Searle aborda el convencionalismo es partiendo de las reglas que constituyen cada lenguaje, el cual es instituido por acuerdo tácito entre los participantes y llevado a la práctica por reproducción del habla, para posteriormente apalancar los actos, a saber, en Actos de habla:
La forma que tomará esta hipótesis es que la estructura semántica de un lenguaje es una realización convencional de conjuntos de reglas constitutivas subyacentes, y que los actos de habla son actos realizados característicamente de acuerdo con esos conjuntos de reglas constitutivas. (Searle, 1969)
Las reglas constitutivas subyacentes surgidas de la convención son al mismo tiempo el motor de los performativos; Butler lo describe así en Lenguaje, poder e identidad:
Esto significa que un performativo “funciona” en la medida en que al mismo tiempo saca partido de —y enmascara— las convenciones constitutivas que lo movilizan. En este sentido, ningún término ni ninguna afirmación pueden funcionar performativamente sin acumular y disimular simultáneamente la historicidad de la fuerza. (1997)
La continuidad queda de manifiesto, considerando desde luego que el convencionalismo de Butler es una superación de Searle, pero una superación dialéctica, quedando inmerso Searle en Butler y alimentado de las mismas fuentes teóricas. Butler nos evidencia esto en este párrafo:
Una vez que se ha establecido una convención, y que el performativo participa en una fórmula convencional —y si todas las circunstancias son las apropiadas—, entonces la palabra se convierte en hecho: el bautismo se realiza, el presunto criminal es arrestado, la pareja heterosexual se casa. (Lenguaje, poder e identidad)
Respecto a la intencionalidad, tenemos el mismo emparejamiento cuando Searle nos dice que la intencionalidad es una atmósfera semántica que se crea producto de un conjunto de estados mentales, y que fabrica un contexto específico y dado, que orienta y determina todos los signos emanados dentro de esa atmósfera. Tenemos lo siguiente de la obra Intencionalidad:
“La intencionalidad es aquella propiedad de muchos estados y eventos mentales en la cual estos se dirigen a, o son sobre o de, objetos y estados de cosas del mundo […] si tengo una intención, debe ser una intención de hacer algo.” (Searle, 1983)
Fiel y congruente con su costumbre teórica, desemboca en la acción, haciendo patente el poder del lenguaje para crear actos y al mismo tiempo condicionar conductas. Continúa: “Así, mi intención se satisface solo si y solo si la acción representada por el contenido de la intención se realiza realmente”. Por su parte, Butler asume la intencionalidad y la vuelve implícita en la performatividad, donde el sujeto que nombra, con su intención, adquiere un poder nominativo directamente proporcional a la fuerza para moldear y construir sobre los sujetos, por ejemplo, un médico al dictaminar un género, un sacerdote al declarar un matrimonio, un policía al señalar a un delincuente.
El que utiliza un performativo de forma efectiva opera de acuerdo con un poder indiscutible. El médico que ve nacer un bebé y dice “es una niña” comienza la larga cadena de interpelaciones a través de las que la niña es efectivamente “feminizada”: el género se repite ritualmente, y esta repetición genera un riesgo de fallo y al mismo tiempo causa el efecto solidificado de la sedimentación. (Lenguaje, poder e identidad)
Del mismo modo, ambos parten de posturas subjetivas, donde convierten al sujeto hablante en un instrumento de acción (sobre sí mismo y sobre otros). Searle hace la dicotomía entre enunciados descriptivos y evaluativos; los primeros se refieren al “es”, los segundos al “debe”. Esta distinción es una forma de explicar cómo se relacionan las palabras con el mundo, muy parecida a la división que también hace de hechos brutos y hechos institucionales. Tanto los enunciados evaluativos como los hechos institucionales parten de supuestos subjetivos, en los que el lenguaje cobra tintes libérrimos e incluso propensos a la creatividad, siempre en el marco de las reglas convencionales instituidas. Searle expone nuevamente en Actos de habla:
La razón subyacente a esas diferencias consiste en que los enunciados evaluativos realizan una tarea completamente diferente de la de los enunciados descriptivos. Su tarea no consiste en describir ninguna característica del mundo, sino expresar las emociones del hablante, expresar sus actitudes, elogiar o condenar, alabar o insultar, aprobar, recomendar, aconsejar, ordenar, y así sucesivamente. […] Los enunciados evaluativos deben diferir de los enunciados descriptivos para que puedan llevar a cabo su tarea, puesto que si fuesen objetivos, no podrían desempeñar la función de evaluar.
Así mismo, para Butler, a pesar de que el cincel performativo de la sociedad opera tenazmente sobre el sujeto, existe por fortuna un margen de libertad individual que de alguna manera es subversivo a las imposiciones de dicha estructura social; en este choque continuo entre estructura social y sujeto se realiza el drama de la performatividad, al mismo tiempo que se consolida la forma subjetiva. Butler nos dice en ¿Reconocimiento o redistribución?:
Las clasificaciones sociales no operan de modo tal que los sujetos estén incluidos en un colectivo cuya posición social se retraduzca en prácticas sociales que reproduzcan mecánicamente. Ciertamente, los lineamientos de la estructura social imponen a las personas ubicaciones de clase, de género, de raza, de nacionalidad, a las que la construcción de la subjetividad en cierta forma no puede escapar, que son obligatorias y pueden resultar un corsé para la vida. Pero por eso mismo, las personas no se adecúan pasivamente a esa clasificación social, sino que ponen en marcha una serie de estrategias de modo que su vida resulte lo menos perjudicada posible por tales distinciones, especialmente si son discriminatorias. Para los grupos discriminados es imposible construir una personalidad digna en el marco de la discriminación, con todas sus consecuencias peyorativas. (Butler, 2000)
Con esto podemos asumir que los puntos de partida acerca de la subjetividad de ambas ópticas parten de supuestos en los que el individuo es parte primordial en la responsabilidad del lenguaje, es decir, es continuamente formado por el lenguaje y al mismo tiempo crea con el lenguaje, actúa y dialoga, construye a los demás y se construye también él.
Se puede objetar que el contexto teórico desde el que se desenvuelve Butler discrepa de manera sustancial sobre el de Searle, ya que no solo se tratan de décadas de diferencia en procesos investigativos, sino que Butler se involucra con temas de ideología de género y de la influencia de las estructuras sociales sobre el individuo, en claro contraste con Searle que siempre asumió posturas más tendientes a la moderación en este aspecto, incluso con la dicotomía planteada en la clasificación de los hechos brutos e institucionales, en los cuales hace una clara distinción entre los hechos que no se ven influidos por el lenguaje y los que sí; en apariencia esto podría parecer una restricción a la performatividad de Butler, pero no sucede así, ya que Butler apela a concepciones más amplias, difíciles de recortar, restringir y etiquetar.
Se infiere de todo este armazón argumentativo que Butler y Searle, si bien son pensadores distintos, comparten semejanzas teóricas relevantes, no idénticas por sí mismas, pero sí de una naturaleza de efecto-causa o de origen y posterior evolución, es decir, un encadenamiento que los articula en la historia de la filosofía del lenguaje, y que los vincula en ciertos aspectos, los une y los hace derivar el uno del otro. Dicha derivación no es exclusiva ni limitativa, ni pretende dar una solución definitiva. La performatividad se alimenta de una gran cantidad de fuentes diversas, contradictorias a veces, que la convierten en un aparato lógico grandioso. Aclarando esto, podemos afirmar que Butler representa la superación dialéctica de Searle, pero entendiéndolo como inmerso y asimilado por ella misma, consciente o inconscientemente, en su corpus teórico, en una suerte de derivación, representando Searle con esto un antecedente de la performatividad.
Referencias
Searle, John. Actos de habla. Barcelona: Planeta-Agostini. 1969.
Searle, John. Intencionalidad. Madrid: Tecnos. 1983.
Butler, Judith. Lenguaje, poder e identidad. Madrid: Síntesis. 1997.
Butler, Judith. ¿Reconocimiento o redistribución? Madrid: Traficante de sueños. 2000.
