Introducción
Algo que caracterizó a la psicología positiva estadounidense de finales del siglo XX, por autores como Martin Seligman, es que se presentó como una especie de enfoque científico enfocado en la felicidad y recientemente en el bienestar. Dichos fundamentos epistemológicos no son neutros e imparciales, como tanto aboga el positivismo protestante; estos fundamentos reflejan de manera directa el ethos protestante norteamericano, marcado por ese optimismo, la autosuficiencia inicial y la idea de éxito como ente marcado por Dios para su prevalencia. Por lo tanto, la felicidad se convierte en una obligación moral y la tristeza en un fracaso personal. En el presente artículo se analizará cómo la filosofía positiva funciona como una especie de guía moral secularizada de raíz sumamente protestante y que se propone como la contradicción epistemológica a dos tradiciones que comprenden el sufrimiento de manera radicalmente distinta: la teología católica y el psicoanálisis.
La psicología positiva se desarrolla con una premisa sumamente clara y concisa, pues el objetivo central de ella es que la vida debe maximizar el bienestar y alcanzar la añorada “vida plena”. Conceptos como fortalezas del carácter, florecimiento, desarrollo y optimismo aprendido traducen al lenguaje científico el ideal protestante de la disciplina, el esfuerzo personal y la búsqueda de la felicidad como deber. Esto ha sido analizado por muchos autores, de manera directa e indirecta, siendo uno de los antecedentes más relevantes el señalado por Max Weber.
En el caso cultural estadounidense, se encuentra marcado por el calvinismo, ya que este fenómeno sostenía que la prosperidad material y emocional era un claro signo del amor de Dios al ser humano. Es decir, si no se tenía esa prosperidad, no estaba bendita la casa en la que se vivía. Por lo tanto, la APA (Asociación de Psicólogos Norteamericanos) hereda esta visión y la convierte en un paradigma terapéutico: la felicidad ya no es un simple deseo, sino una obligación social, moral y hasta religiosa. El sujeto que no se encuentra en un estado de felicidad o bienestar es visto como alguien deficiente e incapaz de adaptarse. Es algo muy práctico para el ideal protestante que tiende a generar reduccionismos; en este caso, reducir la complejidad de la vida humana a un imperativo moral de éxito y bienestar constante, en sintonía con el modernismo protestante.
Se puede observar que en la tradición católica se genera un postulado contrario al de la ruptura protestante. Los valores católicos del sufrimiento están en su génesis; esto se ve en la entidad constitutiva, háblese por el hecho de tener la misa o el rosario en donde, dicho por generaciones: “venimos gimiendo y llorando en este valle de lágrimas”. Por lo tanto, el sufrimiento no es un fracaso que se deba evitar a toda costa, sino más bien una especie de camino redentor. Otro autor y doctor de la Iglesia es Santo Tomás de Aquino, quien enseña que el dolor es un valor purificativo en la vida espiritual y ayuda a dejar en claro que nos debemos a Dios y dependemos de Él.
Otro autor que se contrapone es el poeta y místico San Juan de la Cruz. En su Noche oscura del alma, describe cómo el sufrimiento se convierte en un camino de purificación: el alma se despoja de consuelos y se abre a la unión con lo divino. Por lo tanto, en la tradición católica no se patologiza la tristeza, sino que se interpreta como una dimensión que ayuda a construir al ser humano en su vivencia cristiana, además de revelar la necesidad de gracia y trascendencia. La teología católica, lejos de promover un optimismo obligatorio, reconoce la ambigüedad de la vida humana y otorga un lugar central al sufrimiento como vía hacia el amor y la redención.
Algo que complementa al malestar católico es el psicoanálisis freudiano, que se opone a la moral de la felicidad inmediata. Freud sostiene que la vida psíquica está atravesada por distintos conflictos que en muchos casos llegan a ser irresolubles entre pulsiones y normas sociales. Por lo tanto, la felicidad absoluta es imposible, puesto que el inconsciente siempre se encuentra marcado por esa represión que ejercen el Yo y el Superyó, y el deseo nunca alcanza una satisfacción plena.
Un ejemplo claro es la asociación libre, que ayuda como técnica analítica y no busca imponer un optimismo al paciente, sino más bien permitir que el malestar se simbolice a través de las palabras y encuentre una elaboración simbólica. Otro autor prolífico del psicoanálisis es Jacques Lacan, quien profundizó en esta idea al afirmar que el sujeto se encuentra integrado por la falta y el deseo, por lo que una promesa como la de la felicidad es imposible de ver en una vida práctica dictada por una sociedad o en el mundo material.
Desde esta perspectiva, la psicología positiva aparece como un discurso que niega la verdad del inconsciente y pretende domesticar el malestar, ocultando que la angustia y el sufrimiento son dimensiones constitutivas de la subjetividad.
Conclusión
Se puede concluir que la psicología positiva se presenta como una herramienta para establecer en el mundo real el bienestar. Al ser heredera directa del ethos protestante anglicano y calvinista, encuentra el amor de Dios a través de la felicidad y la virtud, mientras que el fracaso y el pecado quedan vinculados a la tristeza. En contraposición, la teología católica y el psicoanálisis ayudan a generar nuevos enfoques para los distintos fenómenos naturales de la vida, como lo es el sufrimiento.
